La hora oscura de América Latina
Por
Carlos Villacís Nolivos
Fuente:
Toda enfermedad es anticipada por síntomas. Estos
van despertando alertas que si no son tomadas en cuenta desencadenan procesos
que incluso pueden terminar con la muerte. Lo que pasa en estos momentos en
Brasil, con el triunfo del fascista Jair Bolsonaro, es en sí mismo una enfermedad
que fue precedida por muchas alertas ignoradas por el juego político.
Se pudiera decir que hubo varios factores que
pavimentaron el camino para el advenimiento del nuevo oscurantismo. El primero
fue el egoísmo de la partidocracia y la oligarquía del país sudamericano, que
como es su costumbre nunca ve más allá de sus bolsillos o billeteras y no
dieron su brazo a torcer hasta no ver al expresidente más popular de la
historia brasileña en la cárcel y fuera de la carrera presidencial. Esto
convierte a la burguesía brasileña en la verdadera mentora de la ola fascista
que se ha impuesto electoralmente.
El segundo factor fue la tolerancia de la izquierda
con la corrupción y la falta de un plan político coherente con sus postulados durante
los últimos años. El emplear recursos importantes para enfrentar la pobreza muy
grande en su país, para organizar un Mundial de Fútbol o las Olimpiadas, se
convirtió en el símbolo del derroche y, por lo tanto, de la ineficacia. Muchos
brasileños se preguntan con toda razón: ¿de qué sirvió invertir alrededor de
14.000 millones de dólares en estadios y logística de un torneo en el que la
Selección ni siquiera llegó a las instancias semifinales de 2014? ¿O cuánto
ganó Brasil con los aproximadamente 36.000 millones de dólares empleados en los Juegos Olímpicos de 2016? Y en medio de
esa abundante inversión equivalente a más de la mitad del Producto Interno
Bruto (PIB) del Ecuador, Brasil experimentó graves acusaciones de corrupción
que incluso han colocado a Lula da Silva en prisión, manchando el importante
historial de la izquierda brasileña en favor de la reducción de brechas de
pobreza, inequidad y desigualdad.
El voto por Bolsonaro resume el hastío de la
población con muchos problemas no encarados adecuadamente en su momento, como
la elevada inseguridad y proliferación de la delincuencia y el narcotráfico, lo
que hizo ganar votos al neofascismo que propone el uso desregulado de las
armas, y el fomento de la impunidad en los asesinatos selectivos de policías y
militares. Las imágenes de ciudadanos celebrando el desfile militar durante el
festejo por el triunfo de Bolsonaro lo resumen todo.
Pero la preocupación no solo es para Brasil sino
para Latinoamérica y para Ecuador. Con un gobierno mediocre en Argentina
ubicado políticamente muy cerca de Bolsonaro, o con una administración
manipulada dese la sombra en Colombia, también ideológicamente empática, se
pinta un futuro poco esperanzador para la Región.
¿En Ecuador hay síntomas que podrían llevar al país
hacia el extremismo que ahora se prepara para administrar a Brasil? No se debe
ignorar, por ejemplo, que cada día pasan hechos desconcertantes que si se dejan
aislados pueden ser equiparados con parte del folclore político criollo, pero
que si se toman como alertas pueden ser síntomas de la descomposición de la
institucionalidad, camino seguro a soluciones in extremis como el neofascismo.
Por ejemplo, permitir el ingreso al Palacio de
Carondelet de un expresidente sobre el que las sospechas de corrupción no se
han disipado y a un acto que simbólicamente pretendía solidificar un frente
contra la corrupción, describe que algo preocupante pasa. Por otro lado, el que
fugue un exministro con acusaciones de peculado y que el país y las autoridades
competentes se enteren del hecho por el mensaje enviado por el evadido vía
whatsapp, exhibe un cuadro poco esperanzador del país que tenemos, a lo que se
unen las crecientes denuncias de corrupción en contra de uno de los principales
funcionarios del actual Gobierno y el que la cadena de funcionarios
responsabilizados del control de Alvarado declare que sí se emitieron las
alertas de posible fuga, lo que quiere decir que estas fueron ignoradas.
¿Más síntomas? La carrera presidencial para las
presidenciales de 2021 empezó hace un par de semanas atrás, cuando Lenín Moreno
anunció públicamente el inicio de su obra emblemática –quizá sea la única-, el
Tren Playero, y lo hizo junto al todavía alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot,
quien está moviendo todas sus fichas para no fracasar en su tercer intento por
llegar a conducir el país, liderando un
amplio frente de centro derecha, espacio disputado ahora por el bancócrata
Guillermo Lasso. Con las credenciales que tiene Nebot como el heredero de un
gobierno represivo y oscuro como fue el despótico León Febres Cordero, y la
quiebra institucional en la que parece sumirse el país, ¿Ecuador se subirá en
2021 a la ola neofascista y neoliberal que parece recorrer Latinoamérica?
Es imposible ignorar que gran parte de la
responsabilidad de esta situación la tiene el sector de la izquierda que
gobernó Ecuador entre 2007 y 2017, en convivencia con los caballos de Troya que
puso la derecha en su interior. Las presunciones graves de corrupción y el
abandono del proyecto original han puesto al país al borde del colapso y ahora
en la mira del retorno de los ‘neos’ descritos. En esta coyuntura urge empezar
procesos de autocrítica, promover la organización ciudadana y construir nuevas
estructuras políticas que tomen distancia con la práctica corrupta y clientelar. Es hora de reconstruir la
esperanza con honestidad, democracia y transparencia, sólo así se podrá frenar la
llegada del neofascismo al Ecuador.
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