Francia-Croacia, el grito de gol de la migración


Por: Carlos Villacís Nolivos

     FotoKylian Mbappe, descendiente de padre camerunés y madre argelina, celebra la obtención de la Copa del Mundo este 15 de julio de 2018. REUTERS/Kai Pfaffenbach. Tomado de https://www.clarin.com/deportes/mundial-2018/francia-campeon-mundo-todas-fotos-final_0_SkyIqxYmX.html



Este domingo 15 de julio, los ojos del mundo se posaron en Moscú, donde se desarrolló la final del Mundial de Fútbol. Pero más allá de que en el partido entre Francia y Croacia se haya jugado la determinación del campeón del torneo cuatrianual, en dicha cancha se expresó de manera silenciosa la exigencia por cambios de rumbo radicales en la globalización. Parece aventurado y exagerado afirmar esto, sin embargo la posibilidad de una globalización distinta tomó otros derroteros desde el mismo momento en que se dio el pitazo inicial del partido.
Mirar a una Francia otrora imperial y colonialista, compuesta en más de un 60% de su equipo por descendientes de inmigrantes, enfrentarse a una Croacia balcánica sobreviviente de una cruenta guerra y ahora considerada por el Banco Mundial como una economía de ingresos altos suena a paradoja de la globalización. Por donde quiera que se lo vea, surgen desafíos y premoniciones tras el enfrentamiento entre estos dos equipos.

Francia o la revancha de las colonias
Por un lado está Francia, ese país que acaba de celebrar hace poco los 50 años de la revuelta de Mayo del 68, uno de los movimientos contraculturales y juveniles que aupó en su interior consignas y esperanzas por un mundo humano y distinto. Medio siglo después parece que las proclamas universitarias resucitan de una forma distinta a la pensada originalmente pero con la misma fuerza como para patear el tablero de un país que está aún en camino hacia su reinvención. Se trata del discurso de la inclusión y de la libre migración.

Fuente: https://resultados.as.com/resultados/ficha/equipo/francia/961/plantilla/

La selección francesa que participó en el Mundial de Rusia estuvo compuesta por 23 jugadores y de estos 14 (el 61%) son descendientes de inmigrantes:
1.      Presnel Kimpembe, nacido en Francia, de padre congolés y madre haitiana;
2.      Samuel Umtiti, nacido en Camerún.
3.      Paul Pogba, nacido en Francia y de padres de Guinea;
4.      Kylian Mbappé, francés hijo de padre camerunés y de madre argelina.
5.      Ousmane Dembélé, francés cuyo padre es maliense y su madre senegalesa.
6.      Corentin Tolisso , nació en Francia y sus padres son originarios de Togo;
7.      N'Golo Kanté, original de Francia, sus padres provienen de Mali;
8.      Blaise Matuidi, nació en Francia, su padre es angoleño y su madre franco-angoleña.
9.      Steven Nzonzi, ciudadano francés descendiente de padres congoleños;
10. Steve Mandanda, originario del Congo, naturalizado francés;
11. Adil Rami, francés hijo de padres marroquís;
12. Nabil Fekir, francés hijo de argelinos;
13. Djibril Sidibé, francés descendiente de padres de Senegal;
14. Benjamin Mendy, nacido en Francia e hijo de padres senegaleses.

Estos jugadores nacieron en Francia pero sus padres y madres llegaron a dicho país legal o ilegalmente. Según las Naciones Unidas, con datos a 2017, en Francia viven 7.902.783 inmigrantes, lo que equivale al 11,8% de la población, con un mayor peso femenino (51,80% del total de inmigrantes). Los principales países de donde provienen son Argelia (18,38%), Marruecos (11.90%) y Portugal (0,16%). (4)
¿Estaría la selección gala en la cima de la Copa Mundial sin estos jugadores? Probablemente no, pero más allá de estas especulaciones deportivas, lo cierto es que todos los jugadores provienen de países que fueron colonia francesa por un lapso corto o largo. Tal vez esta selección expresa los nuevos tiempos en los que las antiguas colonias se sentaron a ver pasar el féretro de sus colonizadores y luego entraron con justicia a su casa, pero tras mucha paciencia y con suerte. Francia primero fue conquistada por sus excolonias y ahora se adueñóe de la Copa Mundial de Fútbol. Es la revuelta de los colonizados, la sublevación de los inmigrantes, la utopía del mundo que está naciendo en el seno del actual y aún no lo presentimos siquiera.
La paradoja: su vecina Italia es ahora presa de un gobierno que cierra las puertas a los migrantes, que prefiere dejarlos morir en el mar y que persigue a las organizaciones no gubernamentales que intentan salvar las vidas de quienes buscan una oportunidad en Europa, acusándolas de tráfico de personas. Italia ni siquiera logró clasificar al torneo mundialista.
Croacia: cambió la pólvora por el sueño europeo
Es un país que prácticamente tiene el mismo tamaño de la población que en 1960, cuando era parte de la extinta Yugoeslavia. Ese año estaban registrados 4.140.000 habitantes en el territorio de lo que actualmente constituye Croacia, que proclamó su independencia en 1991. Como pasa comúnmente en el mundo, la población tiende a crecer y en 1990, aunque a un ritmo menor, los croatas sumaban 4.780.000. Para alcanzar la independencia debió enfrentar una cruenta guerra con Serbia (1991 -1995) y su población descendió a 4.470.000 personas (1992). Según los datos del Banco Mundial, en 2016, la población de Croacia era de 4.174.349 habitantes, apenas 34.349 personas más que 58 años atrás. (1) La diferencia es que su esperanza de vida al nacer dio un salto significativo, de 64 años en 1960 a 78 en 2016.
Este país balcánico es producto del fin de la Guerra Fría y del reacomodo geopolítico posterior: cayó el muro de Berlín, el socialismo de Yogoeslavia entró en crisis, Croacia declaró su independencia, Serbia la atacó en la búsqueda de mantener el antiguo Estado, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la reconoció en 1992 y desde el 01 de julio de 2013 es parte de la Unión Europea. Además, desde el 19 de febrero de 2015, Kolinda Grabar-Kitarović es la primera mujer presidenta de dicho país, militante del partido conservador Unión Democrática Croata. Es un país que puso sus ojos en ser parte del mundo occidental renegando de su pasado alineado con el enfoque oriental. Es la expresión de la búsqueda del desarrollo desde una visión americanizada.
Adicionalmente, es un país en el que la inmigración también es importante. La ONU señala que el 13,49% (560.483) de su población provino de afuera de sus fronteras, en su mayoría femenina (53,74% del total de inmigrantes). Estos provienen de Bosnia y Herzegovina (72,83%), Serbia (9,21%) y Alemania (6,08%). (5) Para entender la magnitud de esto, se pudiera compara con Ecuador. Croacia tiene cuatro veces menos población que Ecuador, pero su población resultado de la migración es unas cuatro veces mayor a la ecuatoriana (en Ecuador, la población extranjera que vino al país de 2,41%, según la ONU).
Fuente: https://resultados.as.com/resultados/ficha/equipo/croacia/1885/plantilla/

Futbolísticamente, hay quienes no entienden cómo es que este país ha vuelto a convertirse en protagonista. “En gran parte del país, la infraestructura del fútbol es espantosa y no existe una clara estrategia de desarrollo juvenil”, sentenció Juraj Vrdoljak, columnista croata de Telesport, citado en una nota de Infobae. (2) En este país tan solo hay 800 futbolistas profesionales, su liga de fútbol tiene diez equipos, de los cuales solo uno, Dínamo de Zagreb, es competitivo y se ha convertido en la cantera de la que han salido sus principales estrellas. Pero es un equipo salpicado por la corrupción. Su presidente, Zdravko Mamić, fue condenado a seis años de prisión por abuso de poder y malversación de fondos, un problema que podría arrastrar a cinco años de prisión al eje de la selección croata, el jugador Luka Modric, por falso testimonio. (3)

La final Francia-Croacia, como antesala de los cambios urgentes al rumbo de la globalización
En torno a este encuentro de fútbol giraron dos peculiaridades. Por un lado, Croacia parece tener a Francia en la mira. En el mundial organizado en el país galo, en 1998, quedó en tercer puesto. En dicho mundial, Francia alcanzó el campeonato global, no sin antes enfrentar a Croacia en la semifinal y vencerlo dos a uno. Ahora, 20 años después, estos dos equipos se midieron nuevamente, pero esta vez por el cetro futbolero. Parece que el destino desea verlos jugar. Al final, la Francia multicultural se impuso 4 a 2 sobre la Croacia internacionalizada. Le ganó por segunda vez en estas instancias del torneo.
La otra particularidad es que se enfrentaron dos selecciones centrifugas, es decir, que tienen más jugadores seleccionados que juegan afuera de su país antes que dentro de él. En ese sentido, del total de seleccionados franceses, el 69,5%, es decir 16, juegan en equipos extranjeros (seis en España, cinco en Inglaterra, dos en Alemania, dos en Mónaco y uno en Italia). El caso de Croacia es aún más radical. Del total de 23 seleccionados, tan solo dos juegan en equipos de su país, mientras que los demás 21 (91,30%) están en clubes extranjeros (seis en Italia, cuatro en España, cuatro en Alemania, y uno en Bélgica, Mónaco, Rusia, Inglaterra, Austria, Turquía y Ucrania).
Pero este encuentro por la final de la Copa del Mundo trae un mensaje más fuerte que el deportivo, tiene una carga política sinigual y comunica un mensaje oculto que debería llevar a todo el mundo a cambiar el cristal de sus lentes con los que pretende ver hacia el futuro.
Hasta ahora, la globalización se ha basado en el libre flujo de capitales y en el acortamiento de las distancias mediante la tecnología. Pero hay una deuda pendiente e intencionalmente olvidada por muchos países: la libre circulación de personas. Lo viven en Europa con alrededor de dos millones de inmigrantes entre 2015 y 2018, lo vive Ecuador con las oleadas de colombianos, cubanos y ahora venezolanos. ¿Por qué el mundo busca ignorar esta situación?
El filósofo polaco Zygmunt Bauman anticipa este rumbo de alguna manera aún inescrutable y lleno de vértigo. Aquí una cita que dejan entrever esta ruta en ciernes:
“Los refugiados son apátridas, pero lo son en un sentido novedoso: su carencia de patria es elevada a un nivel totalmente nuevo por la inexistencia de ese Estado que su afiliación estatal nominal evoca. Están, según lo expresó Michel Agier en su más perspicaz estudio de los refugiados en la era de la globalización, hors du nomos, ‘fuera de la ley’, pero no de una ley determinada de un país determinado, sino fuera de la ley como tal. Son parias y forajidos de una nueva especie, productos de la globalización y epítomes y encarnaciones del espíritu de frontera de esta. Por citar a Agier de nuevo, han sido proyectados a una condición de ‘deriva liminar’, que podría ser transitoria o permanente; aún cuando pueden hallarse estacionarios durante un tiempo, el suyo es un estado de movimiento que jamás estará completo, porque su destino (de llegada o de regreso) nunca está claro y porque el lugar que podrían llamar ‘final’ resulta inaccesible (…) En todos lados está fuera de lugar, salvo en aquellos sitios que, ya de por sí, están fuera de lugar: los ‘lugares de ninguna parte’ que no aparecen en los mapas que los turistas corrientes utilizan en sus viajes ”. (6)
La final de este Mundial de Fútbol desarrollado en Rusia puede ser vista como la antesala de una nueva configuración de la globalización, de una en la que el Estado Nación ha sido superado, en la que las fronteras se diluyen y en la que las diferencias étnicas no son obstáculos sino oportunidades, donde la movilidad para vivir, estudiar, trabajar, competir, amar o simplemente pasear sea una rutina.
Los dos países que se enfrentaron este domingo, Francia y Croacia, representan distintas vertientes e historias confluyendo en darle forma a un futuro urgente: ¿si el capital tiene libre movilidad, por qué no las personas? Pregunta sencilla si se considera que es el dinero el que debe estar al servicio del ser humano y no al revés. Este 15 de julio de 2018, la mayoría de ojos vieron un partido de fútbol clave y emotivo, pero para otros, entre los cuales me sumo, observaremos que los 90 minutos de juego pudieran ser la antesala de un mundo donde las personas simplemente puedan elegir dónde vivir con solo desearlo.
(6)   Zygmunt Bauman. Mundo consumo, ética del individuo en la aldea global. Paidós, Madrid, febrero de 2010, páginas 61 y 62.

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