CRÓNICA DE CORONA / Días 45 a 47 en aislamiento: Una velada en toque de queda

Mi destapador preferido. Foto: Carlos Villacís Nolivos
Entrelazamos nuestras manos, conmovidos por los acordes que salían de la entrañable guitarra de Roberto Navarrete -ubicado a varios kilómetros de distancia dentro de nuestra Quito- y que llegaban directamente al alma, como si estuviéramos en la primera fila de un concierto en vivo. Ambos, Alex y yo, nos vimos marcados por los recuerdos, arropados juntos en la cama, sumando las voces extrañadas de nuestros amigos, esperando el momento de la segunda oportunidad en la vida.

“Ay de mí, ay de ti, que nos separan a punte fusil, no quiero guerras, yo quiero vivir, vivir junto a ti, viviendo los dos”.
Rememoramos a voz en cuello y era solo el inicio, mientras nuestras mentes volaban a esos tiempos ahora distantes en los que podíamos salir, sin miedo al contagio, a cualquier sitio de La Ronda o de La Zona. “¿Recuerdas el canelazo?”, me decía Alex, mientras por mi cabeza pasaba la intención de iniciar un pequeño viaje hacia la cocina, en donde está guardada la cerveza.

“(…) Mi vida, se fue contigo, contigo mi amor, contigo, que mal me hacer recordar (…)”.
Fue imposible contener la necesidad de gritar que no vamos a ceder un milímetro en nuestra convicción de vivir, que no nos iremos y que estamos dispuestos a jugar el tiempo completo del partido de la vida así el árbitro esté en nuestra contra, como casi siempre lo ha estado. “Hay otra orilla y lo importante es saber cruzar el río para llegar a ella”, señaló Roberto antes de interpretar una canción de Jorge Drexler. 
Fotos captadas durante el concierto de Roberto Navarrete a través de su página de Facebook.
Cuando la voz y la guitarra de Roberto se juntaron con la complicidad del que está dispuesto a liderar los sueños y suspiros de quienes se dejen redimir por su música, no quedó otra opción más que sumergirse en ese momento. “Rema, rema, rema…” cantó. “Amén”, dijimos. Minutos después, ese cierre de plegaria se convirtió en un “salud”, pues yo había regresado ya de mi escape con una Pilsener, dos vasos y aquel destapador que mi querida María de Lourdes Aguiar me trajo de una de sus escapadas a las playas mexicanas de la Riviera Maya.

Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría, que les ayude tu canción, entre sus canciones. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino nunca digas no puedo mas y aquí me quedo. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí, pensando en ti, pensando en ti, como ahora pienso”.
Mi hija Fer entró a la habitación y nos pidió posada mientras revisaba su celular… no sabía en lo que se metía, pues era un momento íntimo como en todo concierto, en el que miles de almas se estremecen como únicas en el mundo, aunque estén rodeadas de muchas otras almas. De repente, la canción que salió de la computadora parecía destinada a ella, como lo fue cuando era una estrella pequeña que soñaba con ser un sol, aún sin conocer lo despiadado que es este mundo.

“Duerme, duerme negrita, que tu mama está en el campo, negrita”.
La cantamos con la misma intensidad como cuando lo hacíamos a un lado de su cama, mientras ella pugnaba por entrar al multiverso de los sueños. Los tres quedamos atrapados en aquel encuentro con los tiempos pasados y presentes, en una extraña pero siempre anhelada comunión de esos sentimientos que nos unen.

“Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón (…) y uniré las puntas de un mismo lazo, y me iré tranquilo, me iré despacio (…)”.
Con ese fondo musical mi mente no tuvo más remedio que pensar en la sobrevivencia, en la posibilidad de tener un mañana, en la necesidad de no renunciar. El chin chin de las copas mía y de mi esposa nos trajo de vuelta a la dureza de la realidad, de esa que nos destroza el alma, porque mientras estamos encerrados nos quieren robar la esperanza, confiscar el futuro y degollar la posibilidad de tener un país. No, no quiero volver a la normalidad en la que vagábamos cual zombies desde hace algunos años; no, no deseo regresar a la normalidad que rige desde que tengo memoria, en la que solo unos pocos que no representan a nadie se llevan casi todo el pastel de la riqueza y nos condenan a la pobreza a la mayoría; no, no voy a aceptar esa normalidad que tratará de negar que la barbarie que ahora cometen existe. No, no va a ser así…

Volver a los diecisiete después de vivir un siglo, es como descifrar signos sin ser sabio competente, volver a ser de repente tan frágil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios, eso es lo que siento yo en este instante fecundo”.
La canté a todo pulmón mientras me sorprendía cómo recordaba la letra de este extenso tema de Violeta Parra, inmortalizado aún más por Mercedes Sosa. Viajé en el tiempo hasta la edad que la que tuve mi primer amor, cuando me vi en el dilema de hacerle caso a mi espíritu obediente a mis padres o a la carne que urgía liberarse. Volver a los diecisiete…
“Para continuar caminando al sol por estos desiertos, para recalcar que estoy vivo en medio de tantos muertos. Para decidir, para continuar, para recalcar y considerar, solo me hace falta que estés aquí, con tus ojos claros”.
28 canciones después repartidas en 135 minutos y el concierto de Roberto Navarrete había terminado. Mi esposa y yo fuimos parte de la comunidad de unas cien personas conectadas mientras tal vez se tomaban una cervecita (no hubo cocteles) o aunque sea una agüita de viejas. Mi corazón se pobló de gratitud por la vida.
Para ser sincero, es la primera vez que escucho a Roberto y caí de casualidad en su página, sin embargo, su entrañable empatía me enganchó, me sentí identificado y así se convirtió en el primer concierto digital al que asisto en vivo en esta época de cuarentena obligada. Si Dios quiere, el próximo sábado pasaré por este face y entraré a otro concierto.
Para cerrar con broche de oro, como ya era un poco tarde y como es costumbre en Quito, no hay nada mejor que comer después de un programa de primer nivel como el que vivimos anoche. Así que Alex y yo migramos del dormitorio al comedor, a los Agachaditos de la Fer, quien nos tenía listo una tortilla de huevo fundida con hierbitas y queso, una empanada de queso y cebolla, y un bizcocho con café, todo hecho en casa. Para qué contarles más, sentimos que la vida es grata a pesar de que nada es normal en estos tiempos de covid-19, y empiezo a pensar que ya no debemos volver a esa normalidad que ha sido muy triste para este país… necesitamos reinventarnos. 
La deliciosa comida casera que nos servimos después del concierto. Foto: Carlos Villacís Nolivos
Fue una bella velada musical. Sentí que una de las canciones con las que concluyó la noche fue escrita para estos momentos:
“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas. Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso, que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo”.
La palabra de este día es inspiración.
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(1)     Canciones entonadas por Roberto Navarrete en su concierto digital del sábado 3 de mayo de 2020. Aquí el enlace a su muro de Facebook:
Canciones entonadas:
La masa (Silvio Rodríguez)
Amigo Trigo (Promesas Temporales)
Deja la vida volar (Víctor Jara)
Zamba para no olvidar (Daniel Toro)
Todo a pulmón (Alejandro Lerner)
Cajita de música (Siripo – Texto original del poeta argentino José Pedroni)
Al otro lado del río (Jorge Drexler)
Palabras para Julia (Paco Ibañez)}
Duerme negrito (Atahualpa Yupanqui)
Seminaré (Serú Girán)
El unicornio azul (Silvio Rodríguez)
Yo vengo a ofrecer mi corazón (Fito Páez)
El gato que está triste y azul (Roberto Carlos)
Un pacto para vivir (León Gieco – Bersuit)
Canción para Carito (León Gieco)
Volver a los 17 (Violeta Parra)
La mujer que yo quiero (Joan Manuel Serrat)
Luna cautiva (Chango Rodríguez)
Razón de vivir (Víctor Heredia)
El último día en la vida de Adán García (Rubén Blades)
Brazos de sol (Alejandro Ofilio)
Ángel para un final (Silvio Rodríguez)
Dibujos animados (Pedro Guerra)
Amarte así (Alejandro Lerner)
Me cansé de rogarle (Vicente Fernández)
Canción de las simples cosas (Mercedes Sosa)
La familia, la propiedad privada y el amor (Silvio Rodríguez)
A mis amigos (Alberto Cortez)



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