CRÓNICAS DE CORONA / Días 72 a 75 en aislamiento: La espada de Bolívar… 16 años después
Todo apuntaba a ser un viaje
periodístico de rutina, pero con la única diferencia de que era en otro país. Ante
la invitación de la Embajada de Brasil en Ecuador, fui enviado por diario El
Comercio a Manaos, una formidable ciudad de más de dos millones de habitantes (casi
igual a Quito) que se extiende en plena selva amazónica del noroeste de Brasil.
Mi misión era divertida pero sencilla: cubrir una feria internacional de
empresas y negocios y escribir un artículo al respecto para el Semanario
Líderes. Nunca imaginé que el destino me tenía deparadas sorpresas de distinto
tipo.
A las orillas
del Río Negro, en Manaos. Al fondo el hotel Tropicana, donde se realizó la
cumbre presidencial entre Lula y Chávez. Foto:
Archivo personal.
Para empezar, pese a que dicha
ciudad está casi a la altura de Quito (nos separan 2.075 kilómetros), no había
aún vuelos directos desde nuestro país hacia Manaos. Esto cambió cuando la aerolínea
Tame, originalmente Transportes Aéreos Militares Ecuatorianos, abrió una ruta
directa el 14 de mayo de 2008, pero a los pocos meses, en diciembre del mismo
año, la cerró “por la poca acogida que ha tenido esa ruta”, según reseña una
nota periodística de la época (1). Tan solo tres horas separan a ambas urbes en
un vuelo directo.
Fotograma de video publicitario de la ruta
Quito-Manaos de Tame.
Luego de un viaje de 24 horas
en el que rodeé Sudamérica (Quito-Santiago-Sao Paulo-Manaos), me fui a
descansar a la hostal asignada por los organizadores del evento desconociendo
que al día siguiente, el 15 de septiembre de 2004, en el Tropical, el mismo
hotel cinco estrellas donde se iba a realizar la inauguración de la feria, iba
a tener lugar un encuentro binacional entre los entonces presidentes de Brasil,
Lula da Silva, y de Venezuela, Hugo Chávez Frías. La cita se producía en el
marco de una rueda de negocios en la que iban a participar alrededor de 50
empresarios por cada país (2).
Tal vez por este
desconocimiento, en cuanto amaneció, desayuné sin apuro alguno y viajé en la
buseta para periodistas sin mayor interés que conocer la ciudad famosa por estar
cerca del impactante choque de dos colosos, los ríos Negro y Amazonas. Más en
cuanto crucé la puerta de acceso al hotel encontré que a un lado de la sala de
recepción a visitantes estaba una nube de decenas de periodistas –tal vez unos
sesenta o setenta-, cámaras de televisión y de fotografía, y micrófonos
profesionales sostenidos por largos tubos. Indagué rápidamente y fue allí que descubrí
que estaba ante una noticia no esperada por nadie en Ecuador: unas
declaraciones del presidente Hugo Chávez, firmado por Carlos Villacís, enviado
especial por diario El Comercio…
Inmediatamente aterricé en la
realidad. Era imposible que logré permear en esa nube blindada de periodistas y
hacer el papel de cargador de una grabadora, porque no iba a tener la
oportunidad de preguntar nada, absolutamente nada. Así que asumí la actitud del
que está dispuesto a pescar la información. Ya habrá alguien que me pueda
cruzar la grabación sea digital o en casette (la mayoría de periodistas aún
usábamos este formato en aquel año relativamente reciente) y me repetí que algo
tenía que hacer. Jamás imaginé que a veces simplemente pararse en un sitio y literalmente
casi no hacer nada puede ser el mecanismo por medio del cual el destino trae
grandes sorpresas a la vida.
En medio de esta divagación
pensé estratégicamente sobre cómo lazar los dados de la suerte. Podría
resultar. Averigüé donde quedaba el salón en donde se iban a encontrar los dos
mandatarios y estaba en el mismo piso, así que asumí que una vez que haya
terminado de prestar atención a la prensa, el Comandante debía caminar en
dirección de dicho salón, cuya ruta estaba completamente despejada. Se trataba
de un pasillo de unos cinco o seis metros de ancho, a cuyo lado estaba parte de
la recepción. Por allí debía pasar y así fue. Pero venía otro problema: Para
llegar a Chávez tenía que vencer el amplio dispositivo de seguridad que lo
acompañaba, una segunda ola, más pequeña que la de los periodistas, pero más
compacta y dura de burlar.
Solo me quedaba que entren a
jugar la suerte y el azar… y estos jugaron a mi favor. De manera imprevista, se
acercó a la barra una hermosa turista española, quien se colocó justo a mi lado
mientras inquiría algo a los señores del hotel. De repente, a paso acelerado
comenzó a avanzar el comandante Chávez rodeado por delante y por detrás por sus
guardias de seguridad, y seguido aún atrás por el mismo y gigantesco enjambre
de luces, cámaras, micrófonos y periodistas, que deseaban captar el paso a paso
del Primer Mandatario visitante en tierras brasileñas.
Conforme se encarrilaba por el
pasillo yo no tenía más opción que tragar mucha saliva y sudar un poco más de
lo normal, pese a que el clima al interior del hotel estaba fresco. Pensaba que
debía tener suficiente osadía en mi interior como para romper el cerco y sacar
aunque sea un pequeño saludo del personaje cuya imagen continental iba
creciendo cada vez más y de forma exponencial.
De repente –lo confieso, no sé
cómo- el Comandante miró de reojo a la hermosa española y decidió romper su
protocolo. Se detuvo frente a nosotros y se acercó a charlar con ella. No me
pregunten cómo, pero en cuestión de tres o cinco segundos me vi al lado de Hugo
Chávez, de la linda mujer española y de una muralla de guardias de seguridad.
Atrás de ellos, ahora lejana de nosotros, estaba esa marejada periodística que
debió limitarse a ser testigo de un encuentro privado. Los papeles habían
cambiado.
Simplemente aplasté el REC de
la grabadora. Hugo Chávez, el inquilino principal del Palacio de Miraflores
desde su llegada al poder el 2 de febrero de 1999 y que se mantuvo allí hasta
su muerte el 5 de marzo de 2013, dirigió su atención a la aún incrédula mujer
que no sabía exactamente qué pasaba. Yo tampoco tenía respuestas, pero la
grabadora seguía funcionando. Chávez la coqueteaba aupado en el imán que salía
de su imagen personal. Le preguntó que de dónde era y qué hacía por allí. En
cuanto ella confesó que era una turista, el presidente venezolano se despapayó
invitándola a que experimente la pasión de las tierras venezolanas. “Sube por
este río Negro”, le decía tratando de convencerla de la benevolencia que había
tenido la creación con su país.
Todo esto acontecía rápidamente
y de forma animada, mientras yo esperaba el momento ideal en que podría
interrumpir a los contertulios sin quedar como un ‘corta notas’. Pero el mismo
Chávez conocía que esta era una charla transitoria y nada más, así que al poco
tiempo decidió que era el momento de continuar su camino político de ese día y
se despidió de la española con un beso en la mejilla. Pero por alguna extraña
razón no quería moverse de allí y se dirigió a los dos trabajadores del hotel
que se encontraban tras la barra y les inquirió sobre cuál es el pez más rico
de la región. Preguntas iban de parte de Hugo y entre risas y palabras en portugués
respondían. Parecía un grupo de amigos de barrio reunidos en una esquina en un
día cualquiera.
En cuanto vi eso, un poco
nervioso, alcé la voz, acerqué mi grabadora y le dije: “Comandante Chávez, para
El Comercio de Ecuador”. “¿Tú también eres español?”, me preguntó, y solo atiné
a decirle “No, soy periodista de Ecuador”. Fue entonces que giró su enorme
cuerpo hacia mí, dio un medio paso que era todo lo que nos separaba, me miró y
mientras mezclaba una sonrisa con un suspiro, posó su mano derecha sobre mi
hombro izquierdo.
Miré brevemente de reojo cómo
la nube de prensa seguía enfocando sus cámaras hacia ese trío que dialogaba en
el pasillo de un hotel cinco estrellas en plena selva amazónica: un Presidente
de Venezuela, una turista española y un periodista ecuatoriano. Y eso era solo
el inicio. Tuve cerca diez minutos de una conversación exclusiva con el líder
de la Revolución Bolivariana, en la que se abordaron varios temas geopolíticos,
como la entonces naciente y hoy en crisis Alianza Bolivariana para los Pueblos
de Nuestra América (ALBA), y la necesidad de la integración latinoamericana.
“El camino lo van a imponer nuestros propios pueblos”, concluyó.
Era tan suelto el diálogo con
Chávez que en medio de temas serios como la integración y el rechazo a los
nefastos tratados de libre comercio (TLC), era capaz de hacer una broma y
celebrarla con quienes estén a su lado, en este caso, unos meseros, una turista
y un periodista. Mientras charlaba conmigo se encontró con el cabello de una
mujer en su chaqueta. “Esto podría ser objeto de una conflagración, uno es
inocente pero esto podría causar un conflicto, ¿qué pasara?”, dijo sonriente.
Solo atiné a seguirle la corriente: “Estaría fuera de Miraflores”. Lo celebró: “Oye,
a lo mejor. Me lo llevo de recuerdo”, concluyó, mientras el ambiente se tornaba
cada vez más relajado.
En esos diez minutos de
encuentro habló de su esencialidad, definiéndose a sí mismo como campesino,
militar, revolucionario, bolivariano y seguidor de Abreu (3). Citó anécdotas de
su partido de beisbol con el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, y de
cómo la selección venezolana le iba a ganar a la brasileña en un partido de
fútbol. Y en medio de todo esto apareció Ecuador, entonces gobernada tristemente
por el señor Lucio Gutiérrez.
“Lo queremos mucho a Ecuador,
que nació al mismo calor de la batalla bolivariana. El pueblo ecuatoriano es
igualito al nuestro. Además en Ecuador hay grandes raíces nuestras que hoy
vibran y estremecen al pueblo venezolano, y estoy seguro que al pueblo
ecuatoriano igual.
Estoy seguro que a medida que
pasen los días y las semanas estremecerán como un huracán, pero no como el Iván
(4), este terrible, sino como un huracán de amor, de construcción, de futuro para
estos pueblos. La semilla de doña Manuela, más que doña Manuela, la Libertadora
del Libertador, la quiteña inmortal. Además, allá en Quito reposan los restos
de uno de los más grandes bolivarianos de la historia, el Mariscal Sucre,
asesinado por la oligarquía grancolombiana en su momento, precisamente porque
era el continuador de la idea de Bolívar, como también esa oligarquía, después de
la muerte de un Bolívar traicionado y echado de su propia tierra, expulsa a Sucre,
a Manuela Sáenz y a José Ignacio Abreu Lima, el gran pernambucano.
Desde entonces es que viene
nuestro terrible camino, porque las oligarquías de estas tierras se adueñaron
de las riquezas y sometieron a nuestros pueblos al yugo de la explotación, como
si fueran los imperios viejos. Hoy, doscientos años después hemos vuelto, son doscientos
años de amasamiento, de profundidades, y estoy seguro que ahora sí triunfaremos”.
No quedaba más que decir, pero
sí mucho que contar. Sonrió y golpeteo mi hombro izquierdo como si fuéramos
grandes amigos. Nos estrechamos las manos y él hizo lo propio con los meseros
del hotel apertrechados tras la barra como silenciosos cómplices de una entrevista
transmitida en vivo y en directo. La única excepción fue el beso en la mejilla
con la turista española, a quien las miradas inquietas le sobraban, tan
asombrada como yo de haber tenido una entrevista exclusiva con el Presidente de
la República Bolivariana de Venezuela. Como dicen por ahí, ni planificado
hubiera salido tan bien.
El fenecido
presidente de Venezuela durante su participación en la Cumbre Banacional de
Manaos, realizada el 15 de septiembre de 2004. Foto: Manifiesto empresarial venezolano-brasileño de Manaos / https://www.voltairenet.org/article122133.html
Si me preguntan qué es lo que
más me quedó de esta charla, tengo varias respuestas: su claridad política, su
amena oratoria, su convicción profunda, su familiaridad. Por ello, sin ninguna
duda, puedo decir que entiendo perfectamente porque elección tras elección
millones de venezolanos votaban por su Presidente, mientras la oposición rancia
que sigue anclada al pasado solo atina a postular impresentables, como el señor
Guaidó. Claro, Maduro está a años luz de Chávez y él lo sabe. Venezuela
necesita un cambio de timón y de timonel, la revolución bonita se agotó allá y
necesita reinventarse para evitar que el hermano país vuelva a caer en las
tiránicas garras de la corrupción y la muerte neoliberal.
Apenas Hugo Chávez se marchó a
continuar su agenda con Lula da Silva, acompañado de su nube de guardias de
seguridad, sentí el enfoque sobre mí de muchas miradas de colegas venezolanos y
brasileños que seguramente se preguntaban de qué hablamos. Nunca pude obtener
una foto mía con Chávez, no tenía teléfono celular a mano, pues estaba en otro
país y ni me iban a llamar ni debía reportarme, con la excepción de mi esposa,
pero lo haría más tarde y por vía convencional. Ese momento no me importó…
ahora sé que me hubiera gustado un recuerdo de ese momento.
En medio de esto, se acercaron
dos lindas venezolanas que se identificaron como parte de la prensa oficial de
Caracas. Ellas no dudaron en invitarme a varias reuniones que los venezolanos
iban a tener en el resto del día. Pero, la verdad, tenía dos cosas en mente que
hicieron que no me haya interesado en estas invitaciones. Por un lado, debía
concentrarme en hacer la cobertura para la que viajé, pues en pocos minutos se
realizaría la inauguración de la feria. Pero, por otro lado, tenía en mis manos
una entrevista con Chávez y debía escribir esa nota para sorprender a mis
editores, algo que me llenaba de satisfacción.
Mi recordada grabadora
Sony con la que viajé a Brasil. Mi hermana Amparito la compró para mi en Radio
Shack, años antes incluso de mi ingreso formal al periodismo. Junto a ella está
el casette que contiene algunas de las entrevistas que realicé en Brasil, aquel
septiembre de 2004. Foto: Carlos
Villacís Nolivos.
Mirando en retrospectiva, 2004
parece ser un año no tan lejano desde el punto de vista cronológico, pero sí desde
el tecnológico, está a una distancia increíble. Sin teléfono celular, en un
país distinto y con una Internet no tan difundida, debía tratar de encontrar
dónde escribir y desde dónde enviar la nota. Con la urgencia de todo
periodista, tenía que resolver este asunto con rapidez, además que debía ir a
la inauguración del evento comercial que motivó mi desplazamiento.
Recuerden que en aquella época
comenzaban a popularizarse los café nets o sitios donde alquilaban
computadoras, pero como el hotel estaba algo alejado del resto de Manaos y no
tenía tiempo, no tuve más remedio que entrar al sitio de alquiler del servicio
en el mismo hotel. Pero cuando vi el precio por hora y comparé con los dólares
que tenía en el bolsillo, no tuve más opción que empezar a correr sobre el
teclado para acabar pronto la nota.
El casette se detenía una y
otra vez luego de cumplir con el rito de ponerse en movimiento para desatar las
voces allí grabadas que terminaban transformándose en palabras capturadas en la
pantalla de una computadora. Escribía, escuchaba lo grabado y sudaba. Así pasé
alrededor de una media hora hasta que tenía lista la nota. Ahora sí a enviarla
a los editores desde mi correo Yahoo! que manejaba en ese entonces (mi Gmail
aún no entraba en escena) y asunto acabado. Pero el servicio de Internet del
lugar no solo que era extremadamente caro sino que fundamentalmente era lento,
tortuoso y boicoteador de sueños. Pasaron diez minutos y no se iba el correo.
Pasaron otros diez minutos y nada. La angustia que provocaba el reloj de arena que
se dibujaba en la pantalla era directamente proporcional con las limitaciones
de dinero que tenía allí.
Para ese entonces hace rato que
había empezado ya la feria de emprendimientos, pero eso, en el fondo, no me preocupaba
ya. Soy muy poco afín a los magnos eventos. Mi enfoque de la nota no necesitaba
de palabras rimbombantes ni de fotos fastuosas, iba a conversar con los
empresarios que participaban en la feria, con los que proponían ideas innovadoras,
con la gente que asistía a la feria. Ahora lo que me preocupaba era quedarme
sin dinero esa mañana y, sobre todo, que la nota exclusiva no llegue a su
destino. Cambié de máquina en dos ocasiones y en ninguna sirvió.
Noventa minutos después me
confronté con el momento: la entrevista no se fue a Ecuador y ya sin plata no
tuve más remedio que dar por terminada mi tarea. Salí derrotado. El Comercio
nunca supo de esa nota y conforme pasó el tiempo se convirtió en una anécdota
viajera, de esas que siempre me ocurren cuando me encuentro en otro país, como
mi improvisado pero avasallador discurso ante el expresidente colombiano Álvaro
Uribe en Bogotá, del que algún día hablaré.
Tan anécdota quedó que el otro
día, mientras buscaba el casette de esta entrevista, sucedió algo que le
pareció tan gracioso a mi hija Fernanda. Eran como las ocho de la noche y
hurgaba entre los cajones. Fernanda apareció y se produjo un diálogo fuera de
lo común:
-
Papi,
¿qué buscas?
-
Nada,
solo un cassette.
-
¿De
qué, papi?
-
De
una entrevista.
-
¿Y
de quién?
-
La
que tuve con Hugo Chávez…
-
¡El
que fue Presidente de Venezuela!
-
Sí,
pues sí…
-
¿¡Y
en dónde!?
-
En
Brasil…
-
¿¡Con
Chávez en Brasil!?
Salió con tanta naturalidad que
no reparé en lo que dije ni en su tono, hasta cuando mi hija lanzó sus risas y
me señaló lo gracioso que sonó la manera como le revelé este hecho que, sin
duda ha sido uno de los que marcó mi espíritu periodístico. Por si no me creen,
les invito a ser testigos del estreno mundial de esta entrevista… casi 16 años
después. Una advertencia: la entrevista propiamente dicha empieza casi en el
minuto dos. Lo que se escucha previamente es el diálogo que mantuvo Hugo Chávez
con la española y con los trabajadores del hotel.
La palabra de este día es cobertura.
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(3)
Seguidor de José Ignacio Abreu y Lima,
militar, periodista, político y escritor brasileño. Fue uno de los generales
del libertador Simón Bolívar.
(4)
“El huracán Iván fue
la novena tormenta tropical y el quinto Huracán de la temporada 2004.
Iván alcanzó una intensidad "sin precedentes" en bajas latitudes, con
vientos máximos de 275 km/h, lo que lo clasifica como un huracán categoría
5. Iván causó daños en Granada, Barbados, Tobago, San
Vicente y las Granadinas, Jamaica, Cuba, Venezuela y
los Estados Unidos. Entró en el Caribe con categoría 4, azotando a Granada durante
el mediodía del 7 de septiembre. Luego se alejó al oeste, fortaleciéndose
hasta la categoría 5, convirtiéndose en el único huracán de la temporada en
alcanzar este nivel”. https://es.wikipedia.org/wiki/Hurac%C3%A1n_Ivan
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