CRÓNICAS DE CORONA / Días 68 a 71 en aislamiento: En música soy todo un vintage…
Para la mayoría de
ecuatorianos, tal vez compitiendo con Nuestro Juramento o el propio Himno
Nacional, uno de los temas más conocidos y de rápida asociación es Parade of the Charioteers. Lo sé,
seguramente estoy exagerando, pero estoy seguro que si cierra los ojos o está
en otra habitación, al escuchar las notas de esta canción doy por sentado que
sabrá a qué me refiero. Seguro que sabe de
qué canción hablo… ¿o no?
Pues se trata del tema de
apertura del noticiero Televistazo de
la televisora Ecuavisa y una de las principales
composiciones de la película épica Ben-Hur,
estrenada el 18 de noviembre de 1959, dirigida por William Wyler, protagonizada
por Charton Heston y Stephen Boyd, y una adaptación del libro escrito por Lewis
Wallace en 1880. Este tema traducido como El
desfile de las carrozas fue compuesto por el húngaro Miklós Rózsa y fue una
de las razones por las que obtuvo uno de sus tres premios Óscar. Tal vez por la fuerza de sus notas, el noticiero de
amplia difusión lo adoptó como su tema de introducción a sus
transmisiones, las que comenzaron el 1 de marzo de 1967.
Portada del LP
de 1961 que recoge las producciones musicales de películas relacionadas con la
fe, entre ellas Ben Hur. En el lado 2, aparece primero el tema Parade of the Charioteers. Foto:
Carlos Villacís
¿Cómo llegué a esta divagación?
Pues lo hice casualmente este día 71 d.c. (después del inicio de la cuarentena,
decretada en Ecuador para evitar el contagio del coronavirus o covid-19) cuando
de manera imprevista me vi abocado a hurgar en el mundo de los recuerdos y de
aquellos tesoros que uno guarda en su casa. Tuve un encuentro del tercer tipo
con mi música, tanto la que he ido acumulando a lo largo de mi vida como aquella
heredada de mi padre, Segundo Nicolás, y de la que me he convertido en su
celoso custodio, cual caballero de una orden cruzada dispuesto a defender el
ingreso al santuario del cáliz de la vida eterna, como lo pintó Steven
Spielberg en 1989, con la película Indiana
Jones y la Última Cruzada.
Provengo de una familia que ama
la música aunque ninguno sacó el talento de interpretarla. En mi caso, a duras
penas rasgo una que otra canción en la guitarra y ni en los karaokes sacó una
calificación alta. Sin embargo mi padre fue parte de un trío en los años
cincuenta del siglo pasado, cultivó la poesía como su primo, el Beto Méndez, y
se convirtió en un implacable coleccionista de discos de 33 y de 45
revoluciones por minuto, los pequeños y los grandes, respectivamente.
Es en uno de estos 157 discos
(73 pequeños y 84 LP o long play) en
donde encontré el tema musical citado al inicio de este relato, y lo hice
mientras sus notas salían potentes de un recién desempolvado tocadiscos y
casetera portátil Silvano, el mismo que compró mi papito para acompañarlo junto
a su amigo de viaje, durante sus recorridos por el país cobrando a los clientes
por los repuestos automotrices que vendía la compañía donde trabajaba, una tal
Cobo. Aún recuerdo como a mis siete u ocho años disfrutaba del tiempo cuando mi
papá pasaba en casa, yendo a veces al cine o a jugar fútbol al parque La Carolina,
y cómo no podía contener las lágrimas cuando llegaba el vehículo de su amigo, a
veces a las ocho o diez de la noche de un domingo, y veía como papito me daba
un tierno beso en la frente, cogía su maletín y el tocadiscos portátil con
algunos de sus LP. Partía con tristeza en sus ojos para no regresar sino en
ocho o en quince días. Así vivimos poco más de un año.
Mi papá Nicolás Villacís (centro), durante una presentación con su trío musical en la
desaparecida Radio Tarqui, de Quito. Foto:
Archivo familiar.
Por supuesto que en esa
cantidad de discos están algunos infiltrados, como el LP doble de Grease, de mi hermana Amparito (y que no
estoy dispuesto a devolverle) o los míticos Sgt.
Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, o Física y Química, de Joaquín Sabina, que los compré al poco tiempo
de que descubrí que mi corazón está a la izquierda. Me encuentro joyas, como algunas
estampas de los años sesenta y setenta de don Evaristo, los poemas del Beto Méndez,
música instrumental y sinfónica de la época, pasillos de Julio o de Carlota
Jaramillo, boleros de Pedro Infante y hasta discos promocionales como los del
Banco del Pacífico (“Este es su banco, banco, cada día crece más, es el Banco
del Pacífico, más moderno y eficaz”) o infantiles con canciones típicas como Mambrú se fue a la guerra, entre otros.
Pero el paso del tiempo también
ha ido dejando una huella en este baúl musical donde en cambio mi aporte está
constituido por 288 casettes, los que dejan clara muestra de mis inclinaciones
musicales. Me topo, a momentos con profunda nostalgia, con la música brasileña
de Chico Buarque o Caetano Veloso, que llegaron a mi vida junto a las partidas
de ajedrez que se jugaban en la casa de Marco Pavón, en la época en la que con
un grupo de eternos amigos y amigas impulsamos el proyecto Luz Verde, un
periódico barrial humanista que se dio en mi barrio y que fue mi primera
experiencia periodística. Por esa misma época arribaron los casettes de Charly
García, Fito Páez, Luis Alberto Spinetta, Café Tacuba, Maldita Vecindad,
Fabulosos Cadillac y el rock latinoamericano, los cuales fueron mezclándose con
los grupos que completaron mi vida por el lado de mis andanzas universitarias,
como Pink Floyd, The Doors, ACDC, Led Zepellin, Joe Cocker, entre otros grandes
del rock clásico, y algunos más contemporáneos, como Michael Jackson o Eric
Clapton, entre otros.
En el camino acumulé new age y variantes sinfónicas
(Vangelis, Carmina Burana, canciones de películas y otros), instrumental andino
(Altiplano de Chile o Cuzco), pop (Maná, Ricardo Arjona, etc.) y la infaltable
música protesta (Illapu, Inti Illimani, Violeta Parra, Víctor Jara, Piero,
Viglietto, los Olimareños , Mejía Godoy, etc.) la de la nueva y la novísima trova
cubana (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Carlos Varela, entre otros) y la de
los españoles de vanguardia (Luis Aute, Joaquín Sabina, Víctor Manuel, Ana
Belén, Pedro Guerra, etc.). Muchos de estos casettes los adquiría en el kiosko
de Sabor a Tierra, ubicada en la acera de la intersección de las avenidas
Patria y Juan León Mera, afuera del edificio que primero fue de la Corporación
Financiera Nacional (CFN), luego de la Secretaría
Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades) y ahora de la Fiscalía
General del Estado. Una gran parte de la colección insurgente y revolucionaria que
poseo la construí allí.
Como ven, rodeado de discos de
acetato –de hace rato, diría alguien-, casettes y equipos portátiles de música
que nada tienen que ver con los posteriores walkman y menos aún con los
celulares, tengo parte de mi vida enmarcada en lo que los diseñadores llaman vintage, es decir, una palabra inglesa
que significa vendimia o cosecha, pero que por su uso ha devenido en el término
que define a un objeto original con cierta edad ya. Es distinto a una antigüedad,
que es la que tiene más de cien años desde su creación. Algo es vintage cuando tiene por lo menos entre
veinte y cincuenta años desde su creación. Lo retro, en contraste, es un objeto
fabricado en estos tiempos pero que se ha envejecido a propósito para simular
provenir de otra época. Es una imitación que busca conectar a las personas con
algún pasado.
Sin embargo, pese a ser un vintage musical, por mezclar los
términos, cada vez me abro más a las opciones digitales, aunque el mercado
mundial apunte a una progresiva disminución de las descargas en línea de
música. En 2019, en todo el mundo, los ingresos generados por las descargas
digitales de la industria musical equivalieron a 1.500 millones de dólares, una
cifra nada despreciable pero que está decreciendo cada año y muy lejos de los
4.400 millones de dólares registrados en 2012 (1). En todo caso, me declaro un
consumidor nato de música por cualquiera de las vías, sea físico o virtual, y
como yo hay millones de seguidores y fanáticos, lo que ha hecho que según
información de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI), en 2019 los
ingresos totales para el mercado global de música hayan sido de 20,2 mil
millones de dólares (2). Mi colección también se completa con más de 230 CD.
Hay un detalle adicional. Entre
estos casettes de 60 y de 90 minutos también guardo entrevistas históricas realizadas
durante mi paso por el periodismo en medios de comunicación. Una de ellas
mantengo con especial cariño porque ahora es ya un testimonio. Se trata de mi
entrevista exclusiva pero no publicada con el líder de la Revolución
Bolivariana, Hugo Chávez, una historia para contarla en la próxima crónica de
corona.
La palabra de este día es música.
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