CRÓNICA DE CORONA / Días 10 y 11 en confinamiento: ¿Quién me ha robado el 26 de marzo?

Hoy es viernes y el cuerpo... no tiene la menor idea del día que es.
Viernes de cuarentena

Si le hacemos caso a las estadísticas, el ecuatoriano promedio vive 27.759 días (*). Visto de esta manera, perder un día no parece gran cosa, al fin y al cabo me sobrarían 27.758 días… y hay otros que desperdician el tiempo como si fuera un deporte, no distinguen un día de otro y no hacen nada por ser mejores y volver más emocionante o completa su vida.
Sin embargo, en medio de esta cuarentena obligada por el Covid-19, el día diez de confinamiento resultó uno de esos días perdidos, tanto que al cerrar los ojos solo tenía ganas de olvidarlo, de consolarme pensando que solo fue un mal sueño y que al despertar iba a empezar de nuevo el día perdido como si nunca hubiera pasado. Pero fue lo contrario, me dolió tanto porque de golpe comencé a lanzar números, sacar cuentas y darme cuenta que de la cifra inicial de días por vivir, me quedaban tan solo 9.934 días (2). He consumido el 64,21 por ciento de mis días según las estadísticas. Entonces, el significado del día perdido cambió y me conmocionó. Si a esto le agrego la adrenalina de no tener la vida comprada, que se debe vivir cada día como si fuera el último y que la vida es como la niebla, se disipa tan rápido como viene… me sentí por los suelos.
Un día que no debería contar, pero pasó, encerrado, en mi hogar. La razón fue sencilla: teletrabajé de manera impresionante haciendo lo que menos me gusta de mi cotidianidad laboral porque no tiene nada que ver con mi profesión y mis pasiones, con un grado de apuro que hizo que ni siquiera pueda almorzar y solucionando todo a la distancia, con la señal del teléfono y de la Internet lenta, lidiando satelitalmente con compañeros de la institución y con los de otra empresa, sin levantarme mucho y conformarme con ver el sol desde mi ventana, sin siquiera tener la posibilidad de salir un momento a respirar el aire de la ciudad que ahora es más puro, como nunca antes lo fue. Al final, por razones que no quiero explicar, no sirvió lo hecho y hoy me tocó empezar de nuevo lo mismo de ayer, aunque con mejores perspectivas, es cierto. Ayer fue un día desperdiciado, hoy uno recuperado, pero, ¿alguien me devolverá esas 24 horas?
No dije nadie a nada, creí que no debía hacerlo. Sin embargo, en estos tiempos de aislamiento se l vez me pasó por la cabeza que tal vez podía acudir a personas en quienes confío y contarles cómo me sentía. Esto también es nuevo para mí, casi nunca, por no decir nunca, cuento a otros lo que pasa por mis emociones y sentimientos. En este asunto, en lo que pasa con mi interior, lo confieso, soy un libro cerrado o con solo ciertas páginas a disposición. Pero me sentí tan apesadumbrado que decidí dar un paso de fe hacia una experiencia nueva para mí: hablar a otros por medio de las redes sociales y contarles mi dilema, a ver si encuentro algún consejo que me ayude.
Quién mejor que Verónica Garzón para esta misión. No me equivoqué. Ella también es parte de la cofradía de quienes alguna vez han experimentado un shampoo de sensaciones al verse atrapada entre la frustración, el enojo y la indignación. “Me encierro, intento sacarme la ira porque llevarla conmigo es envenenarme. Lanzó algo, si puedo grito, antes salía a trotar o, si es incontrolable, lloro”, me contó. Vero fue muy clara en su respuesta, pero también me transmitió algo de su receta. “Cuando siento que me ha pasado, me pregunto qué aprendí de todo. Justo eso me pasó el otro día y me pegué con mi hermana, pero cuando ya me salió la ira, le pedí disculpas. Aprendí que aún me cuesta gestionar mis emociones como la ira”.
Tal vez el coronavirus nos ha quitado por ahora muchos momentos hermosos de la vida que nunca consideramos importante, como caminar, correr por el parque, pasear, viajar, salir con los amigos por un café o cerveza, participar en reuniones conspirativas para construir un mejor mundo, ir a la iglesia o simplemente detenerse a ver las estrellas o la luna en la noche. Pero también nos ha regalado esa posibilidad, quizá única, de acercarnos a quienes son parte de nuestro paisaje familiar, de apreciar lo que momentáneamente hemos perdido, de aprender nuevos momentos, de retomar proyectos, de soñar con la posibilidad de ser mejores cuando recuperemos nuestros tiempos… y de procesar mejor estas frustraciones, como las que describió Vero y como la que experimenté el día diez de este encierro.
“Tal vez no se recupera (el día perdido) porque si quieres volver a almorzar juntos o ver la peli ya no es la misma emoción del día anterior. Nada, ya pasó. Disfruta el otro día...”, concluyó mi amiga. Es momento de seguir, de mirar que todo en la vida puede convertirse en una nueva oportunidad para empezar. Por mi convicción cristiana nunca he compartido esa visión muy hedonista de “vive cada día como si fuera el último”, porque conlleva desesperanza y pesimismo. Más bien, debo aprender que debo “vivir cada día como si fuera el primero”. ¿Esta idea cambia el tablero sobre el cual uno se dispone a jugarse la vida cada día?
No sé si la frase que cito a continuación es de quien la voy a atribuir, pero me parece oportuna para esta reflexión. Barry o Flash dijo en el capítulo 2 de la temporada 4: “Usualmente detrás de los miedos están las segundas oportunidades”. La palabra de este día es resiliencia, esa capacidad para empezar de nuevo y recuperar los días perdidos dotando de nuevo significado a los que vienen.
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(*) La esperanza promedio de vida al nacer es de 76 años en el Ecuador. De este valor, 19 corresponden a años bisiestos (366 días cada uno).

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