CRÓNICAS DE CORONA / Cuarto día en casa: Cuando la Filosofía te lleva de tour por tus dudas y esperanzas
Su mirada es tierna,
pero también explosiva, y pasa de un extremo a otro de las emociones con una velocidad
increíble. No puede evitarlo y siempre que enuncia una divagación filosófica,
conecta sus ojos café claro con una sonrisa, de esas que son típicas en quien
está seguro que tiene la razón. Luego concentra sus palabras en un intento por deslegitimar
a su oponente confiado en el poder de la Física y cómo esta le sirve para
entender el mundo por sobre todas las demás posibles formas de comprenderlo.
Así es Nicolás y así actuó durante la sobremesa que empezó en la merienda del
cuarto día de encierro en casa, que ante su prolongación se convirtió en
diálogo, porque luego los demás miembros de la familia agarraron su rumbo a
otros espacios de la casa.
Filosofía y Física se funden en las conversaciones con Nicolás. Foto: Carlos Villacís / Edición: Alexandra Benalcázar
No recuerdo qué tema
nos llevó a la arena citada, pero sí tengo claro cómo terminó. En un momento de
la conversación, mientras comíamos el pan con café empezamos a hablar de la
magnitud de la pandemia COVID-19 y cómo esta es la primera infección que pone
en cuarentena a prácticamente todo el mundo, con consecuencias aún
impredecibles en todos los ámbitos, en la economía, en la política, en la
escala de valores, en la manera de interrelacionarnos… Hubo epidemias y
pandemias antes, por supuesto que sí, como la gripe española, el SARS, el
AH1-N1, la peste bubónica, entre otras. Todas y cada una de ellas produjeron
miles y hasta cientos de miles de muertos, pero nunca llegaron a tener una capacidad
de expansión tan fuerte debido, en gran parte, a los avances de la tecnología
humana y también a la capacidad de causar pánico en cuestión de minutos gracias
a los mensajes en redes sociales. Mi esposa Alex puso énfasis en que el mundo
no va a ser igual, que la misma globalización occidental está en
cuestionamiento por este hecho.
Arqueó las cejas y
Nicolás planteó una pregunta que me estremeció: ¿y qué vamos a hacer como
mundo, como países, como gobiernos y como personas para salir de esto y para
reconstruir todo? Me estremeció porque su referente de interpretación, a sus 18
años, son dos países: Estados Unidos y China. En su opinión, cada uno a su
estilo, son una mierda, pero cada uno de ellos representa dos sistemas
contrapuestos: el capitalismo gringo y el comunismo chino. “¿No hay más
opciones?”, le preguntó. “No”, fue su respuesta.
Sesenta minutos después
entró en crisis, no sin antes hacerme cuestionar profundamente mis creencias.
Les resumo: me puso contra la pared cuando cuestionó mi postura de que ninguno
de esos modelos planteados servía. Ante mi insistencia de que es necesario
construir un nuevo sistema, quizá plural, que realmente ponga al ser humano
integral en el centro edificando estilos de vida profundamente humanistas, me
resumió sus dudas pidiéndome que le diga con claridad cuál es lo que llamó “el
punto cero”, es decir, cuál es la primera decisión que yo adoptaría para
cambiar todo si tuviera el poder de hacerlo. Me di cuenta que no hay ese punto
cero, o por lo menos, que no lo tengo claro en mi mente.
Con esa sonrisa que
adornaba su aún casi imperceptible barba en pleno proceso de despertar, me
arrinconó y produjo un gran movimiento sísmico en mis creencias. Sin embargo,
en medio de esa crisis pude despertar. Le dije: “Hace 15 o veinte años atrás,
tenía lista la receta, el manual o el plan de gobierno, con punto cero y todo.
Hoy no la tengo. He visto como capitalistas y llamados socialistas han
dilapidado y destrozado el mundo, anteponiendo negocios, corrupción y dogmas al
ser humano. Si me preguntas cuál sería la primera acción, te diría que no tengo
la más mínima idea. No tengo ningún decreto en mente. Solo una cosa sé y tengo
clara: la imagen que me motiva a seguir peleando es la misma, no se ha movido
un milímetro y persisto en ella. Este mundo debe cambiar y ser mejor, más
vivible, más solidario. Es fácil claudicar y entregarse, en el mundo hay
múltiples necesidades y cada uno tiene las suyas, sobre todo, sobrevivir. He
doblado la cerviz en muchas ocasiones, porque tengo que velar por mi familia,
su presente y su futuro, pero jamás me he rendido. El objetivo, la imagen del
mundo humano y solidario está ahí y hacia allá camino. Por eso apoyo a los
pueblos amazónicos que luchan por su derecho a la vida, tanto como a las mujeres
que defienden la decisión sobre cómo manejar su propio cuerpo. La imagen sigue
allí”.
Mi hijo sonrió y mi
alma se reconcilió consigo misma. No me había dado cuenta que en mi interior
tenía una pugna irresuelta hasta que el COVID-19 nos puso frente a frente a mi
hijo y a mí en un diálogo filosófico. La palabra clave de este día es
reconciliación.
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