CRÓNICAS DE CORONA / Sexto a octavo día de aislamiento: El prefijo de moda es ‘tele’… ¿se convertirá en el verbo del futuro?


Parece que el contador de mis crónicas se detuvo luego del sábado 21 de marzo, día de equinoccio, pero tengo una buena explicación. El domingo 22 pasé investigando para un artículo de economía y destiné un poco de tiempo a mi familia también. Así me sorprendió la noche y el agotamiento de ‘no hacer nada haciendo de todo’ me pasó factura.
Luego llegó el lunes 23 y apenas abrí los ojos practiqué el rito que toda la clase teleobrera hace desde que entró en vigencia el decreto de emergencia impulsado por el Gobierno y la Alcaldía de Quito: prender su computadora, conectarse a la Internet, entrar al correo institucional y estar pendiente del chat de Whatsapp grupal, para ver qué actividades laborales deben cumplirse en este día. Esto es lo que se ha dado en llamar teletrabajo.
La magia del teletrabajo permite tener una oficina en casa. Foto y edición: Alexandra Benalcázar.
Según una nota de diario El Universo del 22 de marzo -apenas dos días atrás- a esa fecha 253.247 personas teletrabajaban en el país, equivalente al 8% de ecuatorianos y ecuatorianas que gozan de empleo adecuado (sueldo igual o mayor al básico unificado y con jornadas de tiempo completo). En diciembre de 2019 había tan solo 15.000 teletrabajadores. (1) En la misma nota especifican que dichos empleados son parte de 1.238 entidades, entre públicas y privadas, que se han acogido a esta modalidad por efectos de la amenaza de coronavirus. Estoy seguro que esa cantidad es mayor y que esas cifras se irán ampliando conforme el riesgo de contagio del COVID-19 también vaya en aumento. Hoy, martes 24, recibí un correo de la institución donde laboro informando que para quienes aún deben asistir presencialmente a su oficina, la jornada se reduce de 08:00 a 12:00. En esto tiene que ver –me imagino- la orden presidencial de que desde el miércoles se ampliará el toque de queda en todo el país, desde las dos de la tarde hasta las cinco de la mañana.
Hay quienes consideran que el mundo laboral –así como tantas otras facetas de la vida- experimentará profundas transformaciones luego de que pase la emergencia sanitaria a escala global. Así, Katherine Mangu-Ward, editora en jefe de la revista Reason, señala que "cuando esto haya acabado 'será imposible volver a meter al genio en la botella' y que el teletrabajo va a enraizarse profundamente". (2) 
Me ubico en esta línea, pues desde mis tiempos en uno de los medios de comunicación que llevo en mi corazón, hace como quince años atrás, siempre pensé que es posible que actividades como el periodismo, por ejemplo, se realicen desde la casa. Hay que reportear siempre, eso sí, pues esa es una de las bases de un buen periodismo, pero no habría razón para ir a una oficina a escribir, cuando eso podía hacerlo desde otro lado. Eso lo pensé en una época en la que las redes sociales eran todavía parte del futuro. Ahora el teleperiodismo es más factible que nunca, con redes, podcast, Youtube, blogs, programas de edición de video y audio en el teléfono celular, enlaces de videoconferencia, entre un sinfín de soluciones y herramientas que dotan de una lógica de trabajo distinta a esta maravillosa profesión.
Y así, teletrabajando con responsabilidad y sin horas extras, pasó el lunes y el martes, sin dejar fuerza para escribir. He desarrollado actividades laborales igual que en forma presencial, enviando por correo o por whatsapp, con llamadas de teléfono y cero miradas… bueno, rodeado de mis hijos y sus telecontactos o el ruido de la televisión, quienes de cuando en cuando me preguntan “¿a qué hora sales del teletrabajo?”, para ver si jugamos algo.
La misma responsabilidad de siempre pero con la única diferencia de que en vez de terno o ropa formal que me permita cumplir con las exigencias de la etiqueta laboral, causo furor con la ropa de pasarela que termina directamente en la cama: pijama y pantuflas. Es más, si tengo que salir al hostil mundo exterior pruebo otras prendas, pero ninguna con el deseo de quedar bien ante los ojos de los pocos extraños enmascarados con los que corro el riesgo de toparme. Considero que para la expedición a la tienda o a dejar la basura me conformo con un jean viejo o una pantaloneta, o como ayer, cuando por primera vez en mi vida caminé unas pocas cuadras hasta el tendero en babuchas… impensable para mí hasta hace una semana atrás. ¿Será que con estas modas de coronavirus se cumplirá la regla de que ‘la primera impresión es la que cuenta’?
Este es el telemundo (no el noticiero nocturno de Ecuavisa) en el que las telerelaciones se multiplican, mientras uno se gana el pan con el teletrabajo, donde mis hijos telestudian y solo nos queda teleamar a quienes queremos pero no podemos ver ‘en vivo y en directo’. ¿Será que ‘tele’ dejará de ser un simple prefijo y se convertirá en verbo en un día cercano? Cada vez menos presenciales y más teledistantes. La palabra de hoy es (tele)trabajo.
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