CRÓNICAS DE CORONA: Días 32 a 34 de aislamiento: El cine de encierro provoca desafíos

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“Detesto este lugar”. Estas fueron las primeras palabras que se escucharon en la película Cube, del director Vincenzo Natali, que en 1997 abordó ya el tema del encierro de una manera muy particular: seis personas que no tienen idea de quiénes son, solo tienen en común el saber que deben juntarse para sobrevivir mientras atraviesan un complejo y aparentemente interminable laberinto de tubos que conectan amplias habitaciones, en donde son sometidos a pruebas que les pueden costar la vida. En unos casos terminan bañados en ácido o en otros envueltos por unos hilos que salen de las paredes y que al estirarse los rebanan en pedazos. “Este lugar debe tener un final”, señala con cierta desesperación Haskell, uno de los protagonistas.
Han pasado 34 días desde que empezó la cuarentena decretada para evitar el contagio de la temible infección del coronavirus o covid-19 y si la ha respetado rigurosamente -con la excepción quizá de salir solo ciertos días y por poco tiempo para aprovisionarse de alimentos o de alguna compra urgente-, estoy seguro que comenzará a formularse preguntas o a expresar criterios parecidos a las que se plantean los protagonistas de Cube: “¿qué me han hecho?”, “esto es demencial”, “gracias a Dios que alguien sabe algo”, “vuelve a la realidad o habrá problemas”, entre otras.
Pero aún más, posiblemente comience a tener sensaciones parecidas al encierro del filme, quizá no con el dramatismo de la ficción, pero sí con la necesidad de saber cuánto tiempo más deberá estar así casi todo el mundo. “Ahora extraño más ir a la universidad, conversar, reírme, con otras personas. Las actividades de antes, eso extraño”, me escribía por Messenger una muy querida amiga, Karito. ¿Será que este laberinto distópico de cuarentenas y amenazas de rebrotes de la infección tendrá un final?
Tal vez resulte paradójico que en este momento en que la mayoría de personas del mundo estamos condenados a permanecer recluidos entre las mismas paredes todos los días, este tipo de películas nos ponen frente a situaciones como la actual que llevan a la reflexión sobre cuánto estamos dispuestos a dejar o a aceptar si de golpe tenemos que cambiar nuestro estilo de vida.
La más reciente demostración de esta paradoja es la película de moda, la producción El Hoyo, del director español Galder Gaztelu-Urrutia y difundida por la palataforma Netflix.
El controvertido filme es un relato aparentemente sencillo y oscuro a la vez. Las personas entran voluntariamente a un edificio dividido por incontables niveles en el que cada mes son trasladados de un nivel a otro, sea hacia arriba o hacia abajo. El tiempo lo pasan con compañeros de celda y en el medio de la habitación hay un gran hoyo, por el que todos los días desciende una mesa con comida, solo que conforme baja el nivel, el alimento se convierte en residuos, basura, escupitajos, vómito y suciedad. Obviamente, la ventaja real es estar en los pisos de arriba. Conforme pasa el tiempo, las personas en los distintos pisos reaccionan de distinta manera, unas con violencia, otras con esperanza y unas cuantas más con incredulidad de su situación.
Sin embargo, este tipo de películas, en realidad, son una crítica directa a la irracionalidad del sistema, del actual estado de cosas, del sistema capitalista que en situaciones límite como la actual saca a relucir su lado más perverso.
En la película El Hoyo se presenta de manera descarnada como nadie tiene seguro su lugar en la sociedad. Hoy estás arriba, mañana abajo, pasado mañana quién sabe. Somos simples piezas de un gran juego, donde lo que hagamos o dejemos de hacer no importa, porque con o sin nosotros, ese gran engranaje –para usar una metáfora moderna y mecanicista- funciona y se mueve. Son embargo, la mayoría de personas se acostumbra al nivel en el que está e idea la manera de vivir acorde con él. Es así que los de arriba, los que primero comen y ven a los demás hacia abajo, son capaces incluso de jugar con los sentimientos de quienes quieren subir a su nivel y se creen con el derecho de arrojar sus excrementos sobre ellos mientras ascienden, como lo hicieron sobre Baharat. Pese a ello, es muy seguro que el próximo mes estén en un nivel muy inferior.
El Hoyo presenta una interesante radiografía de la lucha de clases y cómo esta no se ha ido de la vida cotidiana por más que la hayamos querido eliminar desde la teoría y desde la reflexión de ciertos intelectuales. Dos hechos más resaltan a la vista en la película.
El primero es que nadie de quienes están en el hoyo sabe con exactitud cuántos niveles tiene el lugar. El segundo es que están ahí voluntariamente, tras firmar un contrato con los dueños del lugar, y casi nadie se cuestiona el por qué existe dicho sitio, solo trata de adaptarse para sobrevivir, con la esperanza de que un golpe de suerte o las palancas precisas lo saquen de allí y lo eleven. Algún día –se consuelan- saldrán de allí, antes de que el hambre que padecen mientras más abajo estén los lleve a practicar la antropofagia o acto de comerse la carne de otro ser humano. Es la desnaturalización total del ser humano, su despersonalización.
Esta es la razón, tal vez, por la que Tyler Durden, personaje representado por Brad Pitt en El Club de la pelea (Fight Club) sentenció: “No somos nuestro trabajo. No somos nuestra cuenta corriente. No somos el coche que tenemos. No somos el contenido de nuestra cartera. No somos nuestros pantalones. Somos la mierda cantante y danzante del mundo”.
No quiero centrarme en el final abierto de la película, ese que viene tras la frase ahora clave de “La panacota es el mensaje”, enarbolada por Goreng y Baharat en su descenso hacia el nivel más bajo, y transmitida por el sabio Brambang. No voy más allá para no espoilear más a quienes aún no han visto la película. Sin embargo, para aquellos interesados en analizar este tipo de filmes, que bien podrían ser parte de una nueva categoría, las películas de encierro o filmes covid, les dejo este artículo que enlista películas del estilo de El Hoyo, como Círculo, Battle Royal, El Experimento, entre otras. El enlace digital es el siguiente:
La palabra de este día es crítica.

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