CRÓNICAS DE CORONA / Día 26 en aislamiento: Niebla en agosto... encierro de abril
La derrota de la
Alemania nazi se acercaba y era muy frecuente escuchar cómo los aviones aliados
sobrevolaban las tierras germanas llevando bombas y luego retornaban por el
mismo rumbo soltando la mortal carga que por alguna razón no habían podido
entregar a su destinatario. Sin embargo, ese estruendoso sonido que despide el
contacto del artefacto con la tierra, para algunos, era visto como un acto de
rescate, aunque este nunca llegue a concretarse.
Este fue el caso del
niño Ernst Lossa, uno de los miles de recluidos en centros especializados para
la práctica de la eutanasia programada y que produjo aproximadamente 200.000
personas asesinadas durante el régimen fascista. Su historia es magistralmente
recogida en la película alemana Niebla en Agosto, del director Kai Wessel,
producida en 2016 e inspirada en el libro homónimo de Robert Domes.
Lossa fue un niño
romaní de comportamiento un poco violento, en parte explicado por el abandono
de su padre, un comerciante que no puede tener domicilio fijo debido a su
origen racial, pero también por el nivel de violencia y segregación social
legalizado y auspiciado por el propio régimen.
Ernst llegó al sanatorio de
Zargau, una población germana, luego de un recorrido por varias correccionales,
y allí es obligado a convivir con niños y adultos que padecen enfermedades
catastróficas, con personas que tienen trastornos psicológicos y algunos
‘indeseables’ más que muestran problemas de disciplina o simplemente llevan el
estigma de su origen étnico. Durante su estancia
de varios meses, el lado oscuro del régimen asesino mostró su rostro y desnudó
la existencia de tres tipos de personas que sirven por igual a un gobierno
totalitario.
Ernst y Veithausen, protagonistas de la película. Foto tomada del portal Bandas Sonoras
Por un lado, están los fieles servidores del Estado, convencidos
de la necesidad histórica de cumplir con la tarea que les han encomendado:
encontrar formas racionales, científicas y ‘humanas’ de limpieza social,
pensando siempre en el glorioso futuro del pueblo.
“Lo que hacemos aquí
es una necesidad para el pueblo alemán y su futuro (…) ese tercio inferior debe
ser eliminado. Cada uno nos cuesta una media de 6.000 marcos por cabeza. El
pueblo alemán no está dispuesto a seguir pagando por esto (…) Es nuestro deber
ayudar a los débiles, pero deberíamos estar en situación de liberarlos cuando
estemos en condiciones de hacerlo”, son algunas de las frases pronunciadas a lo
largo de la historia por el director del sanatorio de Zargau, Werner Veithausen.
En la historia del filme, caben en este Veithausen y la enfermera Edith Kiefer,
bella por fuera e implacable por dentro para poner su grano de arena en la
labor encomendada. Cualquier parecido directo o indirecto con la actualidad –no
puede ser de otra manera- es pura coincidencia: “Debemos reducir el tamaño del
Estado, nos cuesta miles de dólares cada año mantener a un trabajador allí, el
país ya no está dispuesto a seguir pagando por ellos”… distintos tonos y
contextos, pero la lógica del discurso se mantiene intacto.
Las técnicas
aplicadas por estos perversos funcionarios para asesinar a sus pacientes fueron
diversas, desde el bus al que llevan cantando a las futuras víctimas hasta la
entrega del jarabe que mezcla barbitúrico con zumo de frambruesa, pasando por
la inyección letal. Finalmente, en el marco de la ‘libertad de acción y
creatividad’ ordenada por el régimen, vino la famosa técnica Veithausen,
atribuida al Director del hospicio de Zargau, que consiste en una alimentación
engañosa con supuesta sopa de verduras, la cual termina debilitando al recluso
hasta matarlo en pocos días. Cuando se trata de matar, de discriminar, de
explotar u oprimir, la creatividad del sistema es casi infinita y siempre habrá
gente dispuesta a permitir que esto pase, además que una gran mayoría estará
dispuesta a creerse el cuento.
La enfermera Edith da el medicamento al niño Tony, con quien Ernst jugó a la pelota de trapo. Foto tomada del portal Bandas Sonoras
Hay un segundo grupo
de opresores, aquellos que mantienen su complicidad con el régimen pero
comienzan a cuestionarse por las decisiones, como aquellas en las que la orden
dada es la aniquilación de alguien que está completamente sano, pero que entra
en la lista porque se ha convertido en un potencial enemigo del estado de
cosas. Dentro de su destruida moralidad, también están convencidos de que su
labor es histórica y necesaria, pero perciben que hay excesos y eso pone a
tambalear su fe en el sistema. Este es el caso del enfermero Paul Hechtle.
Finalmente, hay un
tercer grupo de opresores, aquellos que se han convencido por la fuerza de los
hechos de que el sistema en el que viven es insostenible y debe terminar. Creen
que todo lo que hacen es inmoral y los pone en cuestionamiento permanente con
su ética. Sin embargo, aunque son propensos a escapar, sienten que parte de su
trabajo para acabar con el infernal estado de cosas es seguir allí, peleando en
los resquicios o simplemente ‘metiendo el pie en la puerta’, como fue la
recomendación dada por el cura del poblado a la hermana Sophia, cuando en una
crisis personal, esta se encontraba a punto de confrontar directamente al
Director. Aquí, en este grupo, también se ubica al conserje Max Witt, el brazo
ejecutor de las autopsias en el lugar. Y entre ambos se crean complicidades,
como aquella resumida en el breve diálogo que llevan en el dormitorio de los
enfermos: “Es usted un ángel”, señala la hermana Sofía. “Sí, pero no tengo
prisa por volver al cielo”, aclara con buen humor el conserje Witt.
La trama de la
película tiene como constante la lucha entre el sistema opresor y los múltiples
caminos de la resistencia. Uno de estas vías de liberación expuestas en la
película es el juego. A lo largo del relato, se suceden pausas donde los
personajes, incluso hasta los más viles, participan de espacios donde romper
con su rutina por medio del juego. Juegan Ernst y el niño epiléptico con la
pelota de trapo en el pasillo; juegan un Ernst vendado los ojos con Nandl, en
medio del laberinto de sábanas blancas tendidas en el jardín para que se
sequen; juegan el perverso doctor Veithausen con el niño que casi no puede
caminar; juegan los niños centrales de la historia con la sordomuda Teresa;
juegan nuevamente Ernst y Nandl cuando se escapan a su día de campo en el lago,
mientras sueñan con el rescate del papá de Ernst y su viaje a los Estados
Unidos; y, el más maravilloso juego, el de los locos y desprotegidos, el de los
olvidados y rechazados, el de los enfermos reales y los decretados así, quienes
lanzan el pescado al techo para ver cómo se quedan pegados allí. El juego es
liberación y en tiempos de crisis, es resistencia, es rebelión, es esperanza.
Los niños son la clave en la película. La niña de la derecha es Nandl, la mejor amiga de Ernst durante su estancia allí. Foto tomada del portal Bandas Sonoras
Entre las lecciones
que nos deja esta película, en consecuencia, está que la interacción humana
expresada en juegos se convierte en un potencial vehículo en contra de la
explotación y cualquier forma de opresión antihumana. Por otro lado, queda el
camino de la creación de las bolsas o espacios de resistencia al sistema.
Personalmente, mientras no se pueda romper con este, queda el camino de poner
el pie en la puerta para entorpecer su aplicación. Nada justifica la acción de
oprimir ni ninguna de sus variantes, algunas de las cuales se ejecutan en
nombre del país, del futuro, de la religión, de la paz o de una falsa
racionalidad. Nada justifica que se pretenda volver invisibles y descartables a
cualquier persona, grupo o identidad. Nada justifica los encierros, los getos,
las separaciones forzadas de las familias, los destierros o los exilios. Si un
régimen se alimenta de eso, quiere decir que supervive gracias a la muerte y al
dolor, son regímenes de muerte.
En tiempos de
coronavirus, cuarentenas y aislamientos deberemos entender mejor que nunca que
no se puede transar con los mensajeros de la muerte y del dolor, con aquellos
que encubren sus palabras con mantos falsarios de futuros gloriosos y presentes
sacrificados. Debemos entender que el único camino que nos queda como sociedad
es la acción solidaria, como lo demostró el joven Ernst o la hermana Sophie el
filme. Alguien debe empezar a poner el pie en la puerta. ¿Seremos nosotros? Espero que tengamos ese valor.
Les dejo el enlace
web que les permitirá acceder a la película Niebla en Agosto. Disfrútenla:
La palabra de este
día es resistencia.
---------------------------------------------------------
Durante esta
cuarentena, esta es una de las películas que considero un descubrimiento en mi
vida por la fuerza del mensaje, el impacto de sus imágenes y la potencia del
guion. Gracias Víctor Rey por la recomendación.
Ficha
técnica de la película Niebla en agosto:
Título original: Nebel
im August
Año: 2016
Duración: 126
minutos
País: Alemania
Guion: Holger Karsten Schmidt (Novela: Robert
Domes)
Música: Martin
Todsharow
Fotografía: Hagen
Bogdanski
Protagonistas:
-
Ivo Pietzcker (Ernst Lossa)
-
Sebastian Koch (Werner Veithausen)
-
Henriette
Confurius (Edith Kiefer)
-
Thomas Schubert
(Paul Hechtle)
-
Fritzi
Haberlandt (Hermana Sophia)
-
Branko
Samarovski (Max Witt)
Comentarios
Publicar un comentario