CRÓNICAS DE CORONA: Días 30 y 31 de aislamiento: Los vegetales libran su propia batalla


Col, cebolla morada y paiteña, bróculi, arveja, fréjol, piña, manzana, limón, melón, naranja, kiwi, pimiento, ajo, tomate riñón y de árbol, zanahoria, culantro, apio, plátano, verde, banano, barraganete, papas… la variedad de vegetales, legumbres, hortalizas y frutas que cualquiera encuentra en el Ecuador es casi infinita y en este cuarentena, que este 15 de abril de 2020 cumplió un mes, se ha vuelto uno de los ejes de la alimentación familiar.
Lo confieso, los vegetales nunca fueron de mi agrado en la dieta. Siempre pensé que la carne es todo, sea en término medio o cocinada, de pollo, de res o de chancho, en parrillada o con papas. Sin embargo, ante la necesidad de aprovisionarse de alimentos con suficiente variedad como para esperar sin angustia alimenticia el día en que podamos cruzar la puerta de calle sin problemas, he debido acudir a estos -para mí- extraños acompañados. Es más, 30 días después del inicio del encierro puedo decir que son más que un simple complemento. Retiro lo de ‘acompañados’.
Por un lado, estos productos son lo más fácil de encontrar en estos tiempos en que solo una parte de los negocios están abiertos. En cada barrio que se respete e los últimos años proliferaron estas tiendas conocidas por algunos como verdulerías o legumbrerías, generalmente atendidos por gente que proviene de las parroquias rurales de Quito.
En este momento en que las carnicerías no están suficientemente aprovisionadas y en las tiendas estos productos no son parte de sus estanterías, acudir a estos locales es la mejor opción. Que son más caros que los mercados, es cierto, y entiendo que si el abuso no es mayor, ahí está su ganancia, pero hasta ahora, siempre he encontrado cualquiera de los vegetales o frutas que busco. No voy a los mercados por temor a una exposición mayor al riesgo de contagio al haber una mayor aglomeración de personas, además de que desde hace tres semanas atrás la afluencia de gente hacia esos sitios está regulada por la numeración de la cédula. Según el último dígito del documento de identificación, solo hay ciertos días en que una persona puede ir a ellos.
Por otro lado, trato de ir poco a los supermercados, por similares razones a las anteriores, pero también porque creo que estas grandes cadenas de comercialización de alimentos, que son propiedad de grupos de poder económico, necesitan menos apoyo en estos momentos que los que requieren los tenderos y dueños de negocios pequeños y medianos repartidos a lo largo y ancho del país. Siempre habrá coterráneos que no pueden vivir sin la comida importada, pero en este momento, son los vecinos y vecinas que tienen su negocio en la calle de al frente o a la vuelta de la cancha, los que necesitan de nuestro apoyo. Su bienestar asegura provisión en la mía también. Es una estrategia de sostenibilidad de un presente y de la posibilidad de tener un futuro.
Desde este punto de vista, experimento cierto reverdecer en mi vida. En mi hogar no ha faltado la creatividad a la hora de poner sobre la mesa esa nueva manera de comer, al menos para mí. Por ejemplo, la semana pasada, mi esposa Alex hizo unas deliciosas croquetas de coliflor y en su preparación metí algo de mano (en realidad fui el encargado de freírlas). Fue todo un descubrimiento. Ayer, en cambio, fue el turno del fréjol negro acompañado de arroz y una ensalada de tomate y cebolla picada, que se convirtieron en el relleno perfecto para los tacos caseros hechos con la harina comprada en La Bodeguita de la esquina. Hoy, en cambio, nuestro almuerzo fue una lasaña de vegetales compuesta de fideo, bróculi, vainitas, cebolla y zanahoria, acompañado por el poderoso ají que prepara mi hija Fer. ¿Y la carne? La extraño menos. La compramos también y la consumimos, pero cada vez en menor proporción. ¿Será que llegará el día en que se cumpla lo que mi mamita siempre decía, que la lenteja reemplaza a la carne?

Pero más allá de eso, en medio de la tortura de escuchar como la falta de creatividad y solidaridad abunda a la hora de tomar decisiones para evitar que este Ecuador colapse y en donde la ambición del poder económico y político está intacta –hasta ahora eso parece ser lo único que no ha cambiado en el país-, me he puesto a pensar qué con una rapidez asombrosa perdemos de vista que siempre hay grupos de personas invisibilizadas a propósito, pero que son los verdaderos pilares que han permitido que el Ecuador continúe. Un ejemplo. Después del saqueo bancario de 1999 fueron los cientos de miles de migrantes los que sostuvieron al Ecuador y permitieron que tuviera éxito la introducción de la dolarización. ¿Creen que sin ese dinero enviado al país el modelo económico hubiera continuado?
Hoy, 20 años después y en medio de una pandemia que pone en jaque la viabilidad económica del país, es otro sector productivo invisibilizado desde siempre en el Ecuador, el que permite que luego de un mes de encierro, aún sigamos comiendo. Son los agricultores y los campesinos. Es cierto, los médicos, enfermeras y trabajadores de la salud son los que están en la primera línea de esta guerra contra un enemigo invisible, y tienen nuestro apoyo y gratitud. Pero en la línea de retaguardia están quienes viven y transpiran tierra para que tengamos algo en nuestro plato de comida. ¿Se imaginan si en estos momentos no tuviéramos verduras, legumbres o frutas?
Las agriculturas familiares campesinas comunitarias aportan el 84,82% de los alimentos consumidos diariamente por la población ecuatoriana. Ellas están integradas por cerca de tres millones de personas que trabajan en parcelas de menos de cinco hectáreas. Juntas generan alrededor del 4% del Producto Interno Bruto (PIB), que es todo lo que el país produce en un año. (1) Pese a ello, el sector agrícola es uno de los más golpeados por la ausencia de políticas, tanto que según datos de 2018, la pobreza multidimensional afecta al 67,7% de de la población rural.
En el contexto actual de crisis sanitaria, las organizaciones campesinas y de productores familiares, especialmente las que han desarrollado mecanismos de comercialización en circuito corto -relación directa entre productores y consumidores a través de ferias, canastas y otras dinámicas-, han sido innovadoras y rápidamente han adaptado sus dinámicas de comercialización a mecanismos de entrega a domicilio, o han buscado mantener ferias locales adaptando condiciones de separación de espacios, y garantizando protección. Esta dinámicas son importantes porque demuestran la vitalidad del sector”, señala Renata Lasso, integrante del Colectivo Agroecológico del Ecuador, en conversación con KITÓSFERA.
Sin embargo, es otro sector desprotegido en la actual situación y entre las medidas anunciadas por las autoridades no consta una política que apunte hacia la mantención de esta cadena necesaria para la preservación de la vida. Pese a ello, están ahí y nos sostienen a todas y todos. “El sector campesino ha dado respuesta y los alimentos siguen llegando a las mesas, pero estas dinámicas requieren más esfuerzo para los productores, más costo y tiempo de trabajo que no puede ser asumido por los consumidores. Por ello, de alguna manera, el sector campesino sigue subsidiando directamente la alimentación del país sin que se avizoren mecanismos y políticas de incentivo directo al sector”, agrega Lasso.
Como muchos han reflexionado ya sobre esto, la ofensiva del covid-19 sobre el mundo está replanteando los distintos estilos de vida, demostrando sus límites y en algunos casos, como el del neoliberalismo, convenciendo de su inviabilidad. Parte de ese cambio de vida posible es el volver los ojos de todas y todos al campo, a esa gente llena de tierra en las manos y que hoy permite que en medio de la crisis tengas un plato de comida en tu casa. Los gobiernos nunca lo han hecho aunque acuden a ellos con frecuencia para buscar votos y en estos días de encierros y vaporización de las cadenas de producción y consumo, tampoco piensan en ellos.
Por un lado, por ejemplo, por qué no pensar en que los recursos que se generen en el país incluyan a este sector como beneficiarios directos de recursos económicos. Las grandes cadenas de supermercados (Supermaxi, Tía, Mi Comisariato, Coral, Santa María y Akí) por ejemplo, podrían reenfocar muchas de sus compras a este sector, importar menos y dar mayor lugar en sus estantes a estos productos provenientes de la economía popular y solidaria. Incluso, por qué no pensar en una gran alianza público-comunitaria-privada para crear redes de producción, distribución y consumo basadas en la producción agrícola nacional. Es una contribución directa a uno de los actores clave para tener un país poscovid-19 que se ponga en pie y camine mejor que ahora. Hay una cosa más, esta cuarentena también ha puesto en cuestión el destino de nuestro dinero. Ahora nos damos cuenta que hay asuntos más importantes en los cuales gastar nuestros recursos. Es un golpe directo al consumismo.
“El sector campesino ya está jugando su rol, produciendo los alimentos que consumimos diariamente y  garantizando que lleguen a las ciudades. Ahora lo que hay que preguntarse es si el gobierno será capaz de entender la importancia de este sector en este momento en el que requerimos alimentos que vengan de nuestro territorios, que nos permitan mantener formas de producir, pero también de consumir, de preparar los alimentos, que requerimos que se entienda la lógica de la economía solidaria y circular. Fortaleciendo el sector campesino productor de alimentos se pueden generar oportunidades de articulación con el mundo urbano, no solo por la venta y compra de los alimentos, sino porque alrededor de la comercialización alternativa hay mecanismos que vinculan a urbanos, que pueden generar trabajo y oportunidades nuevas de organización. La crisis sanitaria y hoy la crisis económica global deben permitirnos ver otros mecanismos que apunten a la justicia social, a la equidad, a que nos replanteamos un sistema más solidario y menos depredador”,  concluye con gran acierto Renata.
Por lo menos, en mi caso, esta cuarentena de 31 días hasta ahora está cambiando lentamente mis hábitos de consumo y el enfoque. Mi horizonte alimentario es ahora más verde y eso me ha puesto en sintonía con esas propuestas que hablan de la necesidad de volver nuestros ojos al campo, pero con estrategias, con políticas y con recursos. Recodemos que cuatro de la cada diez ecuatorianos viven fuera de las ciudades, madrugando, empuñando el azadón, tomando contacto directo con la tierra, protegiendo la llacta de la erosión y otros males, produciendo tu comida. Creo que se merecen un reconocimiento mayor de parte del mundo urbano. ¿No lo creen? 
La palabra de este día es alimento.



(1)     Manifiesto por la Agricultura Familiar Campesina desde la Mitad del Mundo, publicado el jueves 19 de diciembre de 2019. Enlace: http://sipae.com/manifiesto-por-la-agricultura-familiar-campesina/

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