CRÓNICAS DE CORONA / Días 35 y 36 de aislamiento: La tecnología tiene su propia chatarra

Los desechos electrónicos acumulados en una habitación de mi hogar. Foto: Carlos Villacís Nolivos
Son las cuatro de la mañana y ya hacen cinco o seis horas desde que Nicolás decidió balancear el horario desbocado de su cuerpo dándole una segunda oportunidad a una impresora Canon MG 2510 de tinta continua. Hacía unos tres años que ingresó a ser parte del inventario hogareño de equipos tecnológicos, pero duró poco más de un año y colapsó debido a un severo derrame interno de tinta que comprometió algunos de sus componentes clave. De esta manera, cual arrimado en casa ajena –el muerto, el arrimado y el pescado apestan a los tres días, dice el refrán popular- en poco tiempo ya nadie sabía qué hacer con el aparato, que hasta la actualidad no ha sido reemplazado aún. De peloteo en peloteo, junto al CPU de una antigua computadora de escritorio, acabaron en una esquina de mi casa como un monumento al olvido, como un símbolo de la tecnología caducada, como una demostración de lo pasajera que es la vida electrónica.
En todo caso, mi hijo con dotes de alta ingeniería pasó los días 34 y 35 de la cuarentena experimentando con estos fantasmas tecnológicos, desarmándolos, escarbando en sus secretos y en sus indecencias para descubrir si aún tienen algo que ofrecer. En la tarde del 34 e.C. (trigésimo cuarto día en cuarentena) fue por el CPU, literalmente lo deshuesó y se encontró con que su disco duro aún servía, así que sin dudar un segundo fue a la computadora de escritorio de mi casa y depositó en su interior la posibilidad de ampliar su memoria y su velocidad. El resto de partes, lastimosamente, no encontraron utilidad. Luego, en horas de la noche, fue por la impresora. No caí en cuenta de ello hasta cuando a eso de 0:30 o las doce y media de la noche, al inicio del día 35 e.C. escuché que en la sala alguien hacía ruido sin descanso. Era Nicolás que poseído por el espíritu del doctor Frankestein ya llevaba un tiempo batallando con la impresora, convencido genuinamente de que podía resucitarla.
Fui testigo de cómo creó hipótesis en su cabeza sobre el camino a elegir, trazó estrategias, juntó elementos comunes –como hilos, ligas, papel, entre otros-, los mezcló… y vio cómo sus planes, uno tras otro, iban estrellándose contra el planeta. La tinta que una vez se perdió en el interior del equipo, ahora se desparramaba hacia el exterior, manchando mesas, sillas, pisos… era la escena propicia para el crimen de portada del Extra Digital. Lo intentó todo y decidí convertirme en su asistente apoyándolo en sus ocurrencias, pero en la hora más oscura de la madrugada, cuando el reloj rebasó las cuatro de la mañana y más por cansancio físico que por derrota mental, decidió detener su tarea y comenzar a interiorizar la idea de que hizo lo posible, pero que pese a ello su meta de recuperar la funcionalidad del aparato fracasó… por ahora.
Lo cierto es que la basura tecnológica continuó siendo tal y tanto el CPU como la impresora ocupan un espacio en mi casa desde hace ya algún tiempo y comencé a cuestionarme el por qué no hice nada para deshacerme de ellos. Inmediatamente vinieron otras preguntas: ¿Cómo me deshago de los aparatos? ¿Si los boto qué tan contaminantes son? ¿Y si me dan dinero por sus piezas? ¿Quién me puede ayudar con ellos? ¿Habrá alguna especie de ropavejero o de sepulturero a domicilio para estos cadáveres electrónicos?
La impresora de la trasnochada. Foto: Carlos Villacís Nolivos
Cabe destacar aquí que la impresora y el CPU son parte de los alrededor de 50 millones de toneladas de basura electrónica que hay en el mundo, con datos a 2018. En 2021, esta cifra podría subir a 52 millones de toneladas. El 80% de estos desechos –lo digo con pena- acaba en ríos, y quebradas, lo que ha llevado a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y al Foro Económico Mundial a declarar que esta es una nueva plaga mundial. Creo que el vivir en tiempos del covid-19 ya da la posibilidad a que muchos que antes no tenían conciencia de lo que significa tener una plaga global, ahora lo sepan con mucha claridad. “Los residuos electrónicos son considerados peligrosos, pues cuentan con metales pesados como arsénico, cadmio, cobalto, mercurio, plomo, estaño, entre otros, que afectan gravemente al ambiente y la salud”, señala una nota publicada en la prensa (1).
Para tener una idea de la magnitud de la dimensión de desechos tecnológicos, la ONU señala que esto equivale a la construcción de 4.500 torres Eiffel, la que está ubicada en París, misma que mide 300 metros de altura. En otras palabras, equivaldría a una masa de 1.350.000 metros o 1.350 kilómetros. Para tener una idea más gráfica, entre Quito y Lima, la capital del Perú, hay una distancia de 1.326 kilómetros y llegar allí en avión toma poco más de una hora y media. Esa es más o menos la magnitud de los desechos anuales de este tipo. Otra comparación, esta vez de la cadena pública de medios BBC, su peso sería similar al de nueve grandes pirámides de Guiza, en Egipto. Solo una de ellas, la de Keops, pesa alrededor de 6 millones de toneladas.
En Ecuador, el Ministerio del Ambiente considera que son 93.000 las toneladas de desechos electrónicos que se generan cada año. Esa cantidad puede parecer grande, pero aún está lejos de países como México, donde se generan 1.032 millones de toneladas de basura electrónica cada año, 11.097 veces más que nuestro país. Un informe de las Naciones Unidas que data de 2016 considera que Ecuador produjo en ese año un promedio de 5,5 kilogramos de basura electrónica por cada habitante, también muy por debajo aún de los 28,3 kilogramos anuales que registran los noruegos, los 26,3 de los suizos o los 25,9 de los islandeses.
Al respecto, Johanna Rosales, gerente técnica de Vertmonde Ecuador, una empresa especializada que desde hace unos 12 años trabaja en el tratamiento de los desechos tecnológicos, señaló a KITÓSFERA que, según sus proyecciones, en el país hay unas 24.000 toneladas de residuos electrónicos listas para ser recicladas. La mayoría de los desechos electrónicos son monitores y televisores, pero por cantidad son los teléfonos celulares, según Vertmonde. “Los primeros –monitores y televisores- tienen una vida útil de al menos diez años, sin embargo la gente los desecha para cambiarlos por planos, no porque hayan llegado al final de su vida útil. En el caso de celulares, creemos que la primera vida de un equipo es de ocho meses, pero por temas de reuso puede ser utilizado hasta dos años”, señala Rosales.
Esta indagación abrió la puerta para buscar alguna alternativa que me permita darle un destino adecuado o una cristiana sepultura a la impresora y al CPU. Por ello decidí hacer lo que se ha convertido en una especie de rito obligatorio cuando se presentan dudas existenciales en estos tiempos: acudir a los amigos de las redes sociales. Hice una encuesta y 96 amigos y amigas respondieron. Cuando les pregunté qué hacen con sus celulares, computadoras o impresoras en desuso o dañadas, resulta que el 40% de los consultados actúan igual que yo y deciden guardar los equipos. La pregunta obvia que sigue es ¿para qué acogemos a estos equipos inservibles en nuestra casa si efectivamente no sirven para nada, quizá ni siquiera para adorno? No me imaginé que esa respuesta iba a tener una gran acogida, por lo que no me anticipé en preguntar el por qué de esa actitud, así que eso quedará para otra nota en un futuro cercano y posible.
La segunda acción más votada fue la de regalar los equipos obsoletos, que lo hacen tres de cada diez consultados. Esa respuesta, ahora que lo pienso en frío, me genera también dudas, pues por qué o para qué se regalan equipos inservibles. Tal vez sirven para que los niños jueguen, pero ¿para qué más podría servir regalar un objeto inservible? Finalmente, dos de cada diez personas venden los aparatos tecnológicos inservibles y el 13,54% señala que los echa a la basura.
Fuente: Encuesta desplegada en redes sociales entre el 19 y el 21 de abril de 2020, a través de Survey Monkey.
Desechando las opciones de guardarla, regalarla o botar a la basura -para evitar que sea parte de la plaga mundial descrita por la ONU- queda la opción de venderla, no tanto por la vana ilusión de que eso genere una cantidad grande de recursos para quien se desprenda de los equipos, sino para que los componentes de los equipos puedan ser procesados de manera correcta. El 95% de los componentes de los dispositivos electrónicos pueden ser reutilizados si se tratan de manera apropiada. “En el caso de un celular, su circuito electrónico tiene impresiones de oro y puede tener un valor favorable, sin embargo el celular tiene una batería de litio o níquel que tiene un costo muy alto de tratamiento, así como el desplayer del celular (…) Este es un caso concreto de celulares, pero con todos los residuos electrónicos pasa igual, hay fracciones valiosas y otras que tienen un costo de procesamiento bastante alto”, aclara Rosales a KITÓSFERA.
Definitivamente, la mayoría de personas no sabemos que en nuestros equipos puede que haya componentes valiosos al mismo tiempo que algunos de ellos son contaminantes. Un teléfono inteligente promedio contiene hasta 60 elementos valorados en la industria electrónica por su alta conductividad (2). Para los autores del informe Gobal E-waste Monitor, publicado en 2017, se calcula que la cantidad de materiales preciosos como oro, cobre o hierro, que se encuentra contenido en lo que se ha dado en llamar como chatarra electrónica equivale a unos USD 62.500 millones de dólares, algo así como el 58% del Producto Interno Bruto (PIB) que el Ecuador generó en 2019 (3). Literalmente, el mundo bota a la basura USD 62.500 millones al año.
Tal vez por esta increíble mezcla de elementos reusables que hay en los desechos tecnológicos, hay quienes piensan en encontrar siempre mejores formas de aprovecharlos. Por ejemplo, en los ahora suspendidos Juegos Olímpicos de Tokio, que se iban a desarrollar en este año y que fueron postergados debido al ataque global de la pandemia del covid-19 que hoy tiene en cuarentena a más de la mitad del mundo, el metal con el que se iban a fabricar las 5.000 medallas de los ganadores en las diferentes competencias deportivas iban a provenir de oro, plata y bronce recuperado de entre la basura electrónica. “Desde el lanzamiento del proyecto, los organizadores han recuperado 16,5 kilogramos de oro (con un objetivo de 30,3 kilogramos) y 1.800 kilogramos de plata (en base a un objetivo de 4.100 kilogramos). El objetivo para el bronce, 2.700 kilogramos, ya se ha alcanzado”, señalaba una nota de la BBC en 2018 (4).
Definitivamente, luego de ver estas cifras y datos, estoy convencido de que debo manejar de mejor forma estos desechos. Rosales, de Vertomonde, da algunas recomendaciones al respecto: “Los residuos electrónicos están catalogados como especiales en Ecuador, si están completos. Si están destruidos, es decir sus partes y componentes son considerados residuos peligrosos. La recomendación es que las personas no deben manipular estos residuos, no deben venderlos a chatarreros informales, recicladores de base, deshusaderos, entre otros, por el daño ambiental que va a causar el mal manejo de los mismos. Como consumidor y generador responsable, debe ser importante saber qué va a pasar con nuestra basura después de que la desechamos. Se los debe entregar solo a gestores calificados para residuos especiales o peligrosos. A menos que no exista una preocupación respecto a la contaminación ambiental en cuyo caso puede vender los residuos a quien mejor los pague independientemente de que pase con esos residuos”, concluye.
Microcomponentes de un CPU. Foto: Carlos Villacís Nolivos
El 60,42% de los 96 encuestados declaró que no conoce dónde vender sus desechos electrónicos mientras que el 27,08% dijo que sí sabe. Igualmente, el 55,21% de quienes respondieron las preguntas formuladas aclaró que vende todo el equipo y el 15,63% lo hace por partes (el resto de consultados no vende estos desperdicios digitales).
Obviamente, en este tiempo de cuarentena obligada, esta actividad de recolección y venta de la basura electrónica no está funcionando. Hasta que el encierro pase, lo mejor que podemos hacer es ordenar estos desechos, colocarlos en un solo sitio y en cuanto se retome la movilidad y la dinámica cotidiana, canalizar estos desechos hacia alguien que pueda manejarlos adecuadamente. Por mi parte, voy a rastrear qué otra basura de este tipo tengo en mi hogar y lo acumularé hasta que pueda venderlo, pero esta vez, sí lo haré. La palabra de este día es cuidado.


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