CRÓNICAS DE CORONA 20 / Días 37 y 38 de aislamiento: Atrapado entre las páginas de la cuarentena
“Una
mañana de domingo, finalizando el mes de mayo, Marta, la sirvienta, se azaró de
un modo extraordinario. Mi tío volvía a una hora más temprana que de costumbre…
¡y apenas si había empezado a cocer la comida en el hornillo!”.
Estas son las primeras
palabras de una novela publicada en 1894, la que casualmente fue la primera en
caer en mis manos, cuando apenas tenía siete años mientras con mi familia
vivíamos a media cuadra de la Plaza de San Francisco, en el Centro Histórico de
Quito. Apenas un año había pasado desde que encontré balas de verdad en el
patio de la casa y las adopté como parte de mi inventario de juguetes, producto
de los enfrentamientos que se sucedieron en las calles aledañas entre facciones
militares que buscaban conservar u obtener el poder… pero esa es otra historia,
para otro momento.
Esta
novela de Julio Verne se convirtió en la primera gran aventura de mi vida. Edición
1971 de Editorial Bruguera. Foto: Carlos Villacís Nolivos.
En esa novela inicial
estaba Julio Verne hablándome a través de su Viaje al centro de la Tierra. Sí, no hay duda, el novelista francés
es el responsable de abrir las puertas de mi imaginación y empujarme hacia ese
multiverso donde el tiempo y el espacio pierden sentido, donde da igual caminar
que volar en el espacio, donde puedo conversar con el concilio del abecedario o
retar a monstruos mientras por un momento soy aquel a quien todos vuelven su
mirada para vencerlos. Un año después, de la mano de mi mamita Rosita, me
inauguré en el mundo cinematográfica, en el Capitol, frente al parque La Alameda,
donde presenciamos La guerra de las
galaxias (Star Wars). Es muy
posible, lo digo con certeza, que no hubiera llegado a George Lucas sin Julio Verne.
Y en los años posteriores, sin este momento inicial, no hubiera un Jean Paul Sartre,
Erich From, José Saramago, Gabriel García Márquez, Jean Baudrillard, Paul Ricoeur,
Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti, Zygmunt Bauman, Miguel de Cervantes, Umberto
Eco, Pedro Jorge Vera, Carlos Marx, Raúl Pérez Torres, Eduardo Galeano, Platón,
Tomas de Aquino, Naomi Klein, Truman Capote, John Reed, Jorge Enrique Adoum,
Sun-Tzu, Vladimir Lenin, Noam Chomsky, Francis Fukuyama, Luis Britto García,
Jesús, Saulo de Tarso (Pablo), J.J. Benítez, Henry Miller, Silo, Roberto
Bolaño, Oscar Wilde, Leonardo Bohf, Paulo Freire, Fiodor Dostoievski, José
Mauro de Vasconcelos, Timur Vermes, Julio Cortazar, Jorge Luis Borges, Federico
Andahazi…
Son mis autores, los
cobijados en mi Biblioteca, los moradores de mis miedos y de mis esperanzas, los
que de manera a veces sigilosa me eligieron como el destinatario de sus
contenidos. ¿Cuántos libros tengo? No tengo idea, porque además poseo otros en
copias y algunos más en versiones digitales, aunque soy de aquellos que
disfrutan más la lectura cuando sienten cómo el papel se desliza entre mis
huellas dactilares como si fuéramos parte de un mismo pacto de pasión, donde el
olor a frescura o a vejentud también tiene su magia, donde las letras se mueven
al ritmo de una mirada que busca, desesperadamente, la manera de atraparlas a
todas para no dejarlas jamás salir del corazón, para impregnarlas en el alma
por la eternidad.
Es tiempo de
cuarentena y estamos a 38 días desde que el decreto de emergencia dio la orden
de retirarnos a nuestros refugios caseros, a la espera de que cual Pascua por
la Vida, la muerte que se atrevió a cruzar las fronteras desde afuera del
Ecuador, simplemente pasé y continúe su camino de largo, sin notar nuestra
presencia, ni la del vecino, ni la de nadie. Tal vez por esta razón, mi
sensibilidad hacia la lectura se ha tornado en cautelosamente obsesiva. Y hoy
23 de abril, el Día del Libro, no tengo más remedio que refugiarme en estos
textos, descubriendo entre sus palabras que la resistencia es el único camino
que nos queda para vivir.
Pero no soy el único en
esta etapa de aislamiento voluntario y que me encuentro en la búsqueda de
mejores maneras de fortalecer mi espíritu con la lectura. Uno de los grandes
lectores que conozco, Víctor Rey, un docente universitario a quien tuve el
grato gusto de conocer hace un par de meses atrás, esta mañana presumió a sus
amigos con fotos de su envidiable colección de libros de Sabato y From. Hasta
el momento ya ha leído cinco libros en esta cuarentena: La Revolución de la Esperanza, de Erich Fromm; Uno y el Universo,
de Ernesto Sabato; Antología Popular de Poesía, de Pablo Neruda; La Peste, de Albert Camus; y 1984,
de George Orwell. “He leído más que antes y con mucha paz y tranquilidad,
disfrutando los textos como antes”, señala. Además, si se trata de recomendar
libros para esta época, su consejo apunta a dos títulos: El hombre en busca del sentido, de Viktor Frankl, y Antes del Fin, de Ernesto Sabato.
Colección
de libros de Erich From. Foto: Cortesía
de Víctor Rey.
Otro fanático de la
lectura es Marcelo Rivera, a quien conozco desde hace unas dos décadas, un
amigo infallable con quien aprendí a desvelarme jugando Risk, escuchando rock
argentino y hablando largamente de política y de filosofía. Con él y otros
entrañables amigos y amigas, fuimos parte de mi primera incursión militante en
el periodismo, al impulsar el medio barrial Luz
Verde. Fiel a su espíritu matemático y su búsqueda de las verdades
universales, ha leído tres libros en este tiempo: Hiperespacio, de Michiu Kako; El
Guion, de Robert Mckee; y Universos Paralelos,
de Michiu Kaku. Al momento, está releyendo La
Cámara del Silencio, de Lázaro Covadlo.
“Antes cada mes leía un libro, ahora he triplicado esa cantidad”, aclara en una
de nuestras habituales conversaciones por el chat de WhatsApp.
Adicionalmente, hay quienes
tienen una estrategia de lectura distinta, como Francisco Erazo, un gran amigo
con quien nos sentimos unidos en el camino de la militancia por conseguir la
liberación de este país y la construcción de un mundo realmente humano y sin violencia.
En este lapso ha releído Ensayo sobre la
ceguera, de José Saramago, terminó Para
qué la guerra, de Patricio Almeida, e innovó la manera de esta práctica con
el audiolibro Un mundo para Julius,
de Bryce Echenique. Pero su amplitud para disfrutar estos momentos en lo que se
vuelve un lector radical es tal que simultáneamente convive sus días con tres títulos:
Historia del Tiempo, de Stephen
Hawking; Economía mixta, de Guillermo
Alejandro Sullings; y, Antología de
Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle. “De paso, hay un montón de libros
chiquitos de autores de cuentos y poesía”, concluye. Vaya adrenalina que siento
al escuchar estos títulos.
Sin embargo, no todos
han tenido el tiempo de dedicar su tiempo a la lectura en esta cuarentena, por
diversas razones, aunque anhelan hacerse un espacio en sus agendas para ello.
Una de estas personas es Darwin Jurado, inclinado siempre a los debates
políticos y con una claridad ideológica asombrosa. Él, en cambio, ha
participado en algunos cursos en línea que se han abierto y entre los textos
que recomienda para leer estos días está La
Montaña Mágica, de Thomas Mann.
En una situación similar
está Roberto Sotomayor, un amigo cuyo interés por ahora está en el
emprendimiento y la creación de redes sociales que le hagan frente al
complicado panorama económico. Él ha enfocado su tiempo en la lectura de temas
de salud, relacionados con su ámbito de interés. Sin embargo, no pierde la
oportunidad de recomendar que la gente lea en esta cuarentena el libro La enfermedad como camino, de Thorwald
Dethlefsen.
Como se ve, la
lectura no es cosa menor y puede convertirse en una importante estrategia para
hacerle frente a estas nuevas formas de llevar la vida cotidiana. Veamos
películas, está bien. Escuchemos música, también. Teletrabajemos y tele-estudiemos,
genial. Pero leer es el camino hacia una excelencia mayor en nuestras vidas,
quizá hasta nos provoqué una ruptura que nos incite a abandonar nuestra zona de
confort. La palabra clave de este día es una idea: alimento para el alma.
Mi
esposa Alex y yo en mi rincón favorita de la casa, en mi biblioteca. Foto: Fernanda Villacís.
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